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Las manzanas de caramelo, el vértigo de las sillas voladoras, el tiropichón... Todos tenemos un recuerdo de la feria. Eso dicen los feriantes y puede ... que tengan razón. La barca vikinga, los caballitos, el túnel del terror... La feria, como todos los acontecimientos de la infancia, se esperaba con emoción y siempre sabía a poco; el tiempo volaba los días de fiesta y cuando se terminaban se nos hacía larguísimo tener que esperar un año entero hasta que volvieran los feriantes.
Pero, por una vez, estamos de suerte: gracias a la compañía riojana 'El patio teatro' y al Centro Dramático Nacional, este año se ha adelantado la feria.
Feriantes, que se estrenó el diez de enero en el teatro María Guerrero, nació aquí, en Logroño, al otro lado del Ebro, en medio del bullicio de las atracciones y las tómbolas, y es un hermosísimo homenaje a las gentes de la feria. Dirigidos por Izaskun Fernández y Julián Sáenz-López, el propio Julián, Diego Solloa y Alejandro López, mitad feriantes, mitad titiriteros, ponen voz y alma y cuerpo a sus palabras, y nos traen esta historia hecha de mil historias que, cada noche, convierte el escenario del teatro en un pabellón de las maravillas.
Todos tenemos un recuerdo de la feria, dicen las feriantas y los feriantes. Y al relatarnos los suyos, nos invitan a darnos una vuelta por la feria antigua, la que no vivimos nosotros, la de los autómatas y los animales fantásticos, la de los pabellones de madera con nombre de palacio oriental, la que nació del hambre y la miseria y convirtió el hambre y la miseria en fantasía, en espejismo, en alegría.
Con su entramado de genealogías y personajes memorables, Feriantes va trazando las historias de aquellas familias que, hace muchos años, se lanzaron a la vida ambulante; las de quienes llegaron después, que cambiaron los remolques por camiones y las atracciones de madera por construcciones de plástico y metal; las de quienes, todavía hoy, recorren, incansables, las carreteras.
En Feriantes están las luces y las sombras de unas vidas que solo echan raíces en el movimiento perpetuo. Aquí están las bombillas de colores, la música atronadora de los autos de choque, la algarabía de los premios, pero también la melancolía de la herrumbre y los días de lluvia, el cansancio del montar y desmontar constante, los sinsabores que solo conocen quienes pertenecen a todas partes y a ninguna.
Con la delicadeza y el cariño de quienes saben escuchar para poder contar, Izaskun y Julián nos abren las puertas de un mundo que, de alguna manera, hermana a actores y feriantes. Una vez más, El patio vuelve a hacer magia en el escenario, y nosotros nos unimos a la fiesta y salimos del teatro emocionados y felices, como si nos acabara de tocar el mejor premio de la feria.
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