Había una reunión en una televisión autonómica de esas financiadas por el contribuyente y que dan pérdidas año tras año. Iban a revisar los contenidos y programar la nueva parrilla. La mayoría de los colaboradores eran autónomos, jóvenes, voluntariosos, mal pagados y de los que ... crearían lo que fuera con tal de que no los separaran de su novia/o o cuadrilla. Lo primero que hizo el ponente fue situarlos en la realidad: «El público al que nos dirigimos son en su mayoría mujeres de más de 65 años, sin estudios, con escasos conocimientos geográficos e ingresos precarios». A mi joven colaborador se le fue la voluntad de un plumazo preguntándose aquello de qué fue primero, si el huevo o la gallina.
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No tengo idea de quién ha considerado que el perfil del televidente era el que describió el jefe de contenidos. Probablemente se hayan hecho sondeos, encuestas y finalmente un estudio para llegar a la desalentadora conclusión. Si esto es así podemos olvidarnos de conectar con esa televisión pública que nos ha desahuciado antes siquiera de mostrar signos de aburrimiento. Sabemos que los jóvenes ven poca televisión y que hay un sector de no tan jóvenes que tampoco la ven demasiado. Los ciudadanos consumen informativos, deportes y poco más. Las plataformas de contenidos ofrecen documentales, series, y cortometrajes de variada calidad, y por un módico precio uno elige el título con el que abrazarse y roncar en el sofá. Pero la televisión pública, aunque los portales de transparencia reflejen un aparente equilibrio, resulta mucho más cara que cualquier suscripción a Netflix, Prime, HBO… Porque pagar por basura es como tirar comida; un dispendio carísimo e inevitable cuando el control está en manos de políticos.
Resulta que van a tener razón aquellos que pregonan que algunos programas están diseñados para ser asustaviejas y crear debates sobre problemas inexistentes o pregonar algo que a fuerza de repetirlo puede que suceda. Lo cierto es que lo que hagan las cadenas privadas puede avergonzar, pero no indignar. Ellas tendrán que dar cuenta a su accionariado, mientras que las cadenas públicas no parece que tengan que dar cuenta al contribuyente. En este momento asistimos a un ranking informativo de las audiencias del programa que dirige Broncano respecto a Pablo Motos y a su 'Hormiguero'. Las apreciaciones no afectan a los contenidos, sino a quién la tiene más grande y más vista. Uno puede enterrar en un ataúd a un memo y el otro utilizar un lenguaje barriobajero.
Hubo un tiempo en que la televisión tenía más objetivos que estar presenciando la sala de espera del dentista.
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