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Las cosas pequeñas de la vida acostumbran a sostener el esqueleto de nuestra esperanza. Como si necesitara acumular endorfinas en estos días de luto, me agarro al cielo azul de noviembre, al perejil de mi tiesto, al encuentro con amigos. Errejón quedó paralizado e inmortalizado ... en su infamia arrastrado por la ola del barranco del Poyo y, durante una semana, he tratado de disimular las ganas de llorar y la rabia que anegaba la poca esperanza que albergaba.
No puedo hablar todavía de lo que se llevó la riada. En los pueblos de Valencia que han sido arrasados, los supervivientes no cesan de decir que lo han perdido todo y se consuelan diciendo que siguen vivos. Es la frase resiliente que se pronuncia cuando aún no se puede digerir lo sucedido y, armados de escobas, quitan el barro de su hogar sin saber que lo llevarán en el corazón. Yo tampoco sé exactamente lo que se ha llevado la tormenta, pero intuyo que el torrente ha arrastrado la poca confianza que me quedaba en nuestros políticos. Despierto cada mañana con el regusto de la perplejidad inaceptable de su poder refractario ante el dolor y de su ineptitud.
Voy a por el pan, me subo en el metro y miro lo que conforma la cotidianidad; el humo de la chimenea de una fábrica, los barcos varados en el Nervión, las carreteras; todo funciona. Tengo sueño porque apenas he dormido en esta semana de alertas silenciosas y elecciones decisivas. Donald Trump me asusta, pero he depositado mi fe en el futuro, en la comunicación no verbal de su esposa, la bella Melania. Es obvio que esa mujer le tiene un asco que no puede disimular. Cuando el líder salió a festejar su triunfo con sus simpatizantes, iba escoltado por su gran familia. El hijo menor, aquel niño indeciso y temeroso de su anterior elección, se ha convertido en un adolescente alto y guapo. Sigue luciendo un extraño desamparo y le rodea un aire de indecisión y sufrimiento que vaya usted a saber cómo evolucionará. Pero Melania, que daba la mano a su esposo como si el equipo de protocolo se la hubiera pegado con Loctite, sonreía sin convicción y permanecía estática como una muñeca rusa.
Donald Trump ha sufrido un atentado que le rozó la oreja, su seguridad busca francotiradores entre las matas allá donde vaya, pero Melania está cerca. Imagino que cuando 'el morritos' la arrastre por el mundo, cuando vuelva a sentirse títere prisionero de ese zopenco que tiene por marido, volverá a los gestos esquivos, a las muecas de desagrado y a pensar en cómo deshacerse de esa rémora peligrosa que un día eligió pensando que sería soportable su elección.
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