Lo cotidiano
Pasarán más de mil años y seguiré viendo los encierros de Sanfermines con perplejidad
Elena Moreno Scheredre
Viernes, 14 de julio 2023, 00:43
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Elena Moreno Scheredre
Viernes, 14 de julio 2023, 00:43
Definitivamente, la vida es distinta para quien madruga y no solamente por la ayuda divina que el refrán pregona, sino porque la luz y el ruido no es el mismo a las siete de la mañana que a las doce. El mes de julio, un ... mes esperado, donde se rompen los hábitos, un mes que muchos eligen para hacer un arreglito a la casa y un mes que está lleno de acontecimientos cotidianos. Cada año se repiten algunos: San Fermín, la piedad que me abruma cuando veo a los niños con mochilitas de colores y gorra yendo a las actividades de verano, y las inevitables reformas en mi edificio o en el de enfrente.
Todos entendemos la tentación que conlleva un cambio de ventanas, la reforma de la cocina o tirar los tabiques y convertir el hogar que compartiste con marido e hijos en un apartamento con aire de revista, todos aceptamos la matraca asegurada de las obras de un vecino, el sonido de los taladros o las infernales acuchilladoras puntuales como un tren inglés. Lo único bueno que tienen es que coinciden con el primer cohete de San Fermín y te despiertan para ver el encierro, ese espectáculo indescriptible.
Apenas dos o tres minutos desde el primer cohete que anuncia la salida de los corrales hasta el último, cuando los toros y cabestros han entrado en toriles. 875 metros entre calles donde miles de almas vestidas de blanco y rojo corren como gamos evitando las astas de seis toros. Casi no respiras cuando ves a muchos de esos héroes de segundos que, pegados unos a otros, sin maniobra, sin haber dormido y con los efectos del alcohol aún en el cuerpo, corren cincuenta metros para acabar derribados por ellos mismos y poder contar en las Antípodas que se jugaron la vida un mes de julio en un país llamado España y en una ciudad pequeña denominada Pamplona. No hablo de los corredores casi profesionales, los oriundos que sostienen el espectáculo, los que comentan la retransmisión cuando se retiran con un lenguaje específico y minucioso para describir el universo de esos dos minutos.
Pasarán más de mil años, muchos más, y seguiré viendo esos encierros con perplejidad, la tradición de ir a por churros soportando colas de dos horas, y el 'almuercico', con sus huevos fritos, su chorizo y sus patatas recién fritas… americanos, europeos, asiáticos aprenden a decir Estafeta, a pronunciar Pamplona y a dejarse miles de euros en una ciudad que no duerme, no porque cortan azulejos al otro lado del tabique sino porque San Fermín es una fiesta de vigilia. Al otro lado, siguen perforando el olvido, voy hasta la ventana con mi café a ver a los niños camino de su trabajo estival y miro al cielo brumoso, enladrillado desde hace días. Me fascina lo cotidiano.
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