Como estaba previsto, a falta de que concluya el escrutinio, el partido gubernamental controlado por Putin, Rusia Unida, ha ganado las elecciones legislativas, y probablemente habrá conseguido la mayoría constitucional —más de 300 escaños de los 450 de la Duma— que le facilitará la continuidad ... más allá de 2024. A medida que el desgaste de la formación oficialista se ha ido acentuando a lo largo de más de veinte años de ejercicio del poder, el ingenio de sus dirigentes ha vuelto más sofisticadas y descaradas las trampas: el principal líder opositor, Alexéi Navalni, está en prisión desde enero y sus partidarios han sido excluidos del proceso electivo por demasiado radicales mediante la cooperación de jueces venales. Otra estrategia ha sido confundir a los electores con formaciones semejantes a las reales y, por supuesto, Google, Apple y Telegram se han prestado a suprimir las apps de la oposición. Las jornadas electorales han estado salpicadas de innumerables denuncias de fraude, que quedará irresuelto por la escasez de observadores extranjeros. Por tanto, nada cambiará y Europa tendrá que seguir conciliando con esta dictadura personal, basada en una oligarquía nacionalista todopoderosa y poco confiable.
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