La aprobación de los Presupuestos del Estado, cuyo trámite final está previsto para el día 29, constituye un indiscutible éxito para Pedro Sánchez, que ve encarrilada así la legislatura tras reforzar la mayoría con la que fue investido en enero. El respaldo de once partidos ... lo es más a la continuidad del Gobierno que a unas Cuentas con una credibilidad más que cuestionable y tan expansivas que su eventual prórroga –que permitiría alargar el mandato del Ejecutivo si no revalidara los apoyos suficientes para elaborar unas nuevas– tropezaría previsiblemente con reticencias en la UE una vez superadas las excepcionales circunstancias que las justifican. Esa conjunción de esfuerzos ha sido posible gracias a las maniobras de Pablo Iglesias, a quien el presidente ha permitido articular una alianza con independentistas y el ala más a la izquierda del Congreso que, por su propia composición, no será sencillo conservar y que es dudoso que aporte la estabilidad necesaria para afrontar los graves desafíos del país.

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El Gabinete PSOE-Unidas Podemos tiene por delante tres años repletos de escollos, con una profunda crisis económica causada por la pandemia y un serio deterioro de las finanzas públicas que, antes o después, exigirá impopulares ajustes. Confiar esa dura travesía a la supuesta responsabilidad de Estado de ERC o EH Bildu, a cambio de satisfacer unas demandas en algunos casos incompatibles con el marco legal, se antoja demasiado aventurado. La apuesta por un frente común con fuerzas radicales es consecuente con el interés de Iglesias en cegar otras alternativas, pero menos con la trayectoria del socialismo, que ha de optar entre atar su futuro a los secesionistas o inclinarse por la moderación mediante pactos con grupos situados a su derecha.

Amarrados los Presupuestos y con el horizonte político despejado, la elección queda en manos de Sánchez. Tan cierto es que un giro al centro tensionaría la coalición como que Unidas Podemos no está en condiciones de romper la baraja. Sectores del PSOE creen llegada la hora de marcar con más énfasis una impronta propia en el Gobierno sin plegarse al relato de la formación morada. Aún es pronto para determinar si los encontronazos de las últimas horas entre los dos aliados a propósito de la Monarquía o la semana laboral de cuatro días representan el inicio de un viraje de los socialistas o son meros movimientos coyunturales.

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