Hoy se cumplen nueve décadas desde que se proclamó la Segunda República española, y por eso sé que hoy hace diez años exactos que, en el sótano de un colegio mayor de la capital y a las puertas del estallido del 15-M, me rapé ... el pelo por primera vez. Las efemérides que nos importan tienen un doble poder chamánico: por un lado, son pequeños DeLorean capaces de transportarnos a otro tiempo y a otro lugar; y, por otro, son cápsulas portadoras de sentido, catalizadores de recuerdos y puntos de fuga sobre los que referenciar nuestras vidas. ¿Cuál es tu primer recuerdo político? ¿Te pintaste las manos de blanco? ¿En qué estancia de tu casa viste la imagen del Atlántico teñido de chapapote? ¿Dónde estabas cuando se derrumbaron las torres gemelas? ¿A quién llamaste primero cuando escuchaste lo del atentado en Atocha? Cada vez que la tierra gire hasta ese día del calendario la máquina se engrasará y la prospección en el pasado se solapará con una inevitable proyección hacia el futuro.

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Cuando la proclamación de la Segunda República alcance su primer centenario, ya sabré si la persona que soy hoy ha decidido tener hijos o no, si habrá seguido publicando, si todavía conserva algún abuelo o si los amigos de ahora seguirán siéndolo entonces. También sabré si, cien años después de la última, España es de nuevo una república o, al menos, si el espíritu republicano sigue vivo en los ciudadanos españoles pese a la deriva hacia el lado derecho del tablero político que ya se atisba en los albores de los años veinte. Todo esto, claro, es lo que me pregunto yo hoy. Quizá la mujer que seré sólo quiera saber qué queda en ella de aquella chica que veinte años antes se rapó el pelo por primera vez.

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