Leo la prensa en papel y de atrás hacia adelante. Llego a los titulares del día, a los asuntos que merecen la portada y la Historia, tras las columnas, el ocio, los sucesos, los espectáculos, en otro tiempo las carteleras y los programas de televisión; ... en fin, andenes, o afluyentes de la línea dura del acontecer: secciones, eso es, secciones de su tronco. Y me salto deportes y páginas salmón, que sé que también distraen lo suyo en la excursión. Está claro, al menos en mi caso, que en esa opción de lectura al revés –aunque no sé cuánto 'al revés', pues es discutible cuál es el sentido de lectura de la realidad, lo que sea ya la realidad, lo real– hay una resistencia a afrontar la primera plana de las cosas. Y no se trata sólo de acceder a la actualidad, a lo actual, porque nunca sabes qué permanecerá como más actual, porqué tampoco está claro en qué sentido circula el presente. Y menos ahora en que a la Historia le sustituye el 'Histórico' de las cosas, el laberinto circulatorio de la red, el intranet global. Nada sucede ya igual que antes, ni en el cómo ni en el cuándo ni en el dónde. Y así, resulta más segura, más verosímil, cualquier cosa ubicada en zonas menos protagonistas de los media: cierres, contras, cosas más menudas, la espalda. Porque el espectáculo mayor de lo que sucede presenta cada vez unas coordenadas menos precisas. Me pasa, claro, que cuando llegó a las noticias que abren las portadas, el día y frecuentemente la Caja de Pandora, ya se me ha quitado la ansiedad y llegó algo protegido por un escudo de columnismo, sociedad, cultura y entrevistas a gente del mundo. Y al leer la prensa en papel se producen otros efectos colaterales que afectan a esa lectura de los acontecimientos a la que me refería, a su orden de aparición. Los periódicos los apilo. Van formando en casa, cerca del sillón del salón, un columna –otra forma de columnismo, desde luego–, que crece y crece. Y cuya altura voy descuidando, hasta que un día me encuentro que tengo un pilar nuevo en casa, une especia de viga maestra –que lo es, una viga maestra, porque me sustenta la conciencia de los días, de su paso y palabras–, desde el suelo, trepando la pared. Como una instalación de Boltanski. Y me doy cuenta que tengo que hacer algo con tanta noticia y tantos días, acumulados, uno encima del otro, presionando los presentes sucesivos. Entonces, vuelve a producirse otro efecto retroactivo, flash-back, por el que vuelvo a leer de atrás hacia delante por segunda vez. Y el efecto es, ahora ya, puramente distópico, incluso un punto vertiginoso. Cuando no doloroso. Te vuelve a colocar en un punto extraño, mezcla de impotencia o fatalidad. El caso es que no me limito a coger la pila de periódicos y bajarla en varias veces al container de papel y cartón, sino que uno a uno, desde el que hace de tapa al que cimenta, los repaso y recorto, repescando artículos para mi álbum de mariposas. Y aquí, como digo, el viaje es alucinante. Te das cuenta de que nada es como parecía que iba a ser hace tres meses o cinco. Concretamente cinco en el último expurgo que he realizado. La última pila iba desde ayer mismo hasta el 9 de diciembre del año pasado, 2021. Y al ir recortando, para atrás, he atravesado Ómicron, y la erupción del volcán de La Palma, y la crisis de Génova y las últimas Navidades. Y muchas cosas más. La Kitchen, el Gordo de la Lotería, la reforma de la reforma laboral. Y los titulares resuenen de una manera a veces ingenua, porque tú ya sabes más que todos ellos. Sabes lo que ha pasado finalmente pero ellos no lo podían saber en ese momento. Muchas cosas no evolucionaron como los titulares predecían. O sencillamente fueron a peor. O se extinguieron, como el volcán de La Palma. Pero por otro lado no sabes si estás leyendo titulares del futuro. He atravesado la guerra de Ucrania, por supuesto. Titular del 22 de diciembre: «Putin amenaza a la OTAN con una dura respuesta militar a su 'hostilidad'»; del 27: «La nueva Alemania enseña las uñas a China y a Rusia»; o el del último día del año (pasado): «Biden y Putin fijan sus líneas rojas de la crisis Ucrania». Líneas, líneas, líneas, en las que se escribe y se borra todo.

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