Los calendarios llevan la cuenta de los días, las semanas, los meses. Los relojes marcan las horas, los minutos y los segundos. Desde el inicio de los tiempos los seres humanos hemos querido entender y dominar el tiempo, hemos recurrido al sol, a las estrellas ... y a los planetas, al agua y a la arena, hemos pensado fórmulas físicas y diseñado sistemas cada vez más complejos para calcular el tiempo con toda la precisión posible. Y aun así, qué extraño, qué difícil resulta siempre intentar entenderlo. Sentimos su paso y su peso, porque nos decimos que es oro, que a quien madruga Dios le ayuda, pero también que no por mucho madrugar amanece más temprano, que no hay mal que cien años dure, que más vale tarde que nunca, que el tiempo todo lo cura. Intente recordar cuántas expresiones conoce que se refieren a ese paso y ese peso, refranes que nos remiten a costumbres antiguas o la medida del tiempo ligada a los fenómenos naturales, como aquel «en abril, aguas mil» que ya pocas veces se cumple.

Publicidad

El paso del tiempo nos obsesiona, y perdone usted si me pongo un poco barroca, pero es que 'tempus fugit': somos seres caducos y, a pesar de ello, tenemos la mala costumbre de no aprender a envejecer ni a morir, tampoco nadie nos prepara (ni preparamos a las siguientes generaciones) para enfrentarnos al envejecimiento y la muerte de nuestros mayores. Nos obsesionamos por medir y marcar el tiempo con precisión, inventamos aparatos sofisticados para hacerlo, incluso nos ponemos de acuerdo a nivel planetario para registrarlo exactamente, pero tenemos una relación irreflexiva con él. No quiero decir que la filosofía no se haya ocupado del tiempo, lo hizo ya Aristóteles, que relacionó el tiempo con el espacio al pensar en él como movimiento lineal a través de los conceptos de «antes» y «después». Ha habido filósofos como Henri Bergson que han situado el concepto de tiempo en el centro de sus reflexiones, sobre todo el tiempo subjetivo, es decir, el tiempo vivido, la percepción del tiempo más allá del reloj.

Y, por supuesto, en la física el concepto del tiempo es fundamental. Lo que llamamos tiempo ordinario se entiende y se computa como una variable newtoniana: continua, constante, irreversible y direccional. Sería una tontería decir que el tiempo no se ha estudiado desde diferentes disciplinas, pero en nuestra vida cotidiana, a pesar de la importancia de este fenómeno en nuestras vidas, damos por hecho que, simplemente, el tiempo pasa y, como decía Pablo Milanés, nos vamos poniendo viejos.

Lo cierto es que pensar el tiempo no es una tarea agradable. A mí, personalmente, me produce una sensación muy intensa de extrañamiento y desorientación, a veces incluso de angustia y vértigo. Recuerdo a la hermana de una antigua amiga que tenía un trastorno psicológico y que se negaba a coger un avión para atravesar el Atlántico porque le daba pavor no saber a dónde se iban las horas perdidas, qué pasaba con ellas, si había algún ser allá en el cielo que las robaba. Los miedos de la hermana de mi amiga darían para una novela infantil tipo 'Momo' o una no tan infantil de terror.

A veces me siento como ella, sobre todo en días como hoy, cuando soy consciente de que se va acabando el verano y que pronto comenzará septiembre con sus prisas, sus compromisos, sus exigencias. ¿Quién me ha robado todas las horas que iba a dedicar a leer y escribir este agosto? (Nota bene: Mis vacaciones de verano consisten en trabajar lo que no puedo trabajar durante el año de trabajo, pero no le aburriré con mis tribulaciones de curranta autónoma).

Publicidad

Siento ser agorera y fastidiarle este plácido domingo con este anuncio innecesario: se está acabando el verano. Seguramente, si usted tiene que volver al tajo en unos días estará un poco alicaído o algo desganada, aunque le apasione su trabajo tanto como a mí el mío. O tal vez sea capaz de no pensar más allá de hoy y está viviendo cada hora y cada día como si no hubiera un mañana. Me alegraría que así fuera. En cualquier caso y según lo viva, así será su relación con el tiempo: bien será una de esas personas que tiene la mala costumbre de anticipar los males del futuro antes de que lleguen (aquí me doy golpes en el pecho y entono el 'mea culpa') o vivirá el presente plenamente, como aconsejan los gurús de la autoayuda o, antes que ellos, como cantaba el bardo Horacio con su 'carpe diem'.

Calculo, por experiencia propia, que si usted nació en la década de los 70 o antes seguramente tendrá la sensación de que cada año las vacaciones se le hacen más cortas, que los años transcurren a una velocidad vertiginosa, sobre todo si tiene hijos o nietos que hace nada eran bebés y que ahora se pasan el verano pidiéndole que le amplíen la hora de llegada a casa por la noche. Igual esa situación le recuerda a su niñez o adolescencia, cuando iba de vacaciones al pueblo de sus padres o abuelos o a un apartamento en la costa (lo de irse por ahí al extranjero es fenómeno más reciente, por lo menos para la clase trabajadora), cuando los veranos eran objetivamente largos, de junio a septiembre, y plagados de acontecimientos reveladores o asombrosos, inmensamente felices o inmensamente trágicos.

Publicidad

El tiempo adulto, el verano adulto, da mucho menos de sí. Es más rígido e inflexible. No permite el registro de los acontecimientos de la manera intensa de la edad temprana. Supongo que habrá alguna explicación psicológica o neuronal, una razón que tenga que ver con la conservación de la especie porque ¿qué sería de nosotros si viviéramos con la misma intensidad que siendo niños o adolescentes? Moriríamos de extenuación emocional, tendríamos que tomar constantemente vacaciones de nosotros mismos.

Pero vuelvo a este verano que se acaba y que, como todos, ha sido demasiado corto. Agosto, ese mes que llaman lento, en el que los días pasan morosamente, cuando todo se ralentiza, las instituciones echan la persiana, las tiendas de barrio cierran, las playas se abarrotan y las siestas se alargan; agosto, ese mes que, invariablemente, al acabar, deja tras de sí una sensación de estafa. Qué curioso es esto del tiempo, qué poco se ajusta casi siempre el tiempo subjetivo al tiempo del reloj. ¿Conseguiremos algún día que no haya tal disparidad? ¿Seremos capaces de controlar el tiempo para que deje de estafarnos? Lo dudo y tal vez sea mejor así: esa disparidad, si nos paramos a pensarla, nos hace más conscientes de que el tiempo hay que vivirlo. Así que dejémonos de filosofías y disfrutemos estos últimos días de verano.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad