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ILUSTRACIÓN bea crespo
El retorno de las malas mujeres

El retorno de las malas mujeres

El foco ·

La ideología natalista, la defensa de la familia como forma superior de estructuración social, los ataques a los derechos reproductivos, la maternidad como forma ideal de feminidad, son una continuidad de la guerra por el control del cuerpo de las mujeres

Domingo, 17 de diciembre 2023, 00:08

Últimamente me ha dado por pensar -y baso este pensamiento en las evidencias que aporta el discurso de la (ultra)derecha española respecto a la violencia machista y los derechos reproductivos- que las mujeres no podemos decir, sin un ápice de duda o sin cierta ... desconfianza, que seamos dueñas de nuestros cuerpos. Es decir, que tengamos ganados y bien guardados bajo llave los derechos que nos permitan vivir vidas dignas y libres. Hasta hace poco, aunque solo fuera por un breve periodo de tiempo, creí que no nos faltaba tanto para conseguirlo. Hablo en primera persona o, si me permiten, desde un yo generacional -nací en 1974-, cuando digo que algunas habíamos llegado a pensar que el feminismo nos había ayudado a conseguir la ansiada autonomía y libertad: podíamos controlar cuándo y cómo quedarnos embarazadas, interrumpir un embarazo si las circunstancias lo requerían; podíamos llegar incluso a creer que habíamos acabado con el mandato social de la maternidad compulsiva: conozco a varias mujeres de mi edad que no dudamos en declararnos insumisas ante ese mandato -aunque eso no quitara para que se nos mirara como bichos raros y que todavía tengamos que aguantar la impertinente pregunta de por qué la ausencia de hijos-; como muchas otras mujeres, mayores y menores que nosotras, supimos que no íbamos a poder acabar con la violencia machista pero por lo menos nos atrevimos a nombrarla y a denunciarla; tampoco siquiera soñamos con desterrar la violación ni el abuso sexual, no somos mujeres ilusas, pero por lo menos conseguimos desenterrarlos de la intimidad donde se escondían, hacerlos visibles y señalar a la justicia patriarcal que la amparaba, disfrazaba de otra cosa o, peor todavía, culpabilizaba a la víctima. Pero el tiempo pasa y, más que avanzar sobre las bases que parecían tan estables, nos tambaleamos peligrosamente sobre ellas. Tenemos la mala costumbre de creer en el progreso lineal, tal vez porque resulta tranquilizador pensar que la humanidad siempre avanza para bien, pero la realidad -y la historia- demuestran que los derechos y, con ellos, los ideales que estos protegen, son contingentes. Yo nací cuando todavía en este país las mujeres eran consideradas legalmente menores de edad, no tenían derechos reproductivos, el aborto y el adulterio femenino conllevaban penas de cárcel: su cuerpo no les pertenecía. Las leyes franquistas -de esto ya he hablado anteriormente en este espacio- eran particularmente específicas y claras en eso de controlar el cuerpo de las mujeres.

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