El año 1981 está marcado en España por el intento de golpe de Estado del 23F, sin duda uno de los acontecimientos más importantes de nuestra historia por la trascendencia del hecho en sí y también por lo que nos cuenta sobre la complejidad política ... del momento. Durante ese año en el que ETA atentaba cada dos días, el GRAPO seguía en activo y varios grupos de extrema derecha cometían secuestros y atentados sangrientos, ese año en el que las fuerzas de seguridad que no se habían depurado seguían torturando y reprimiendo como si fuera 1971, hubo muchos otros acontecimientos que contribuyeron al clima de violencia generalizada. Los delitos que se consideran no políticos también estaban a la orden del día. Como registra Mar Padilla en su crónica periodística 'Asalto al Banco Central' (Libros del K.O.), en España «se multiplican los robos con violencia e intimidación. En 1973 se contabilizaron 1.400 asaltos en zonas urbanas. En 1981 eran 21.300». Entre las entidades más atracadas están, sin duda, las financieras: «En 1973 hubo 95 robos a bancos y cajas, y en 1981, 2.433». Y entre esos atracos destaca, por su espectacularidad y por la confusión que lo rodeó, el atraco al Banco Central de Barcelona, el 23 de mayo de 1981, justo cuando se cumplían tres meses del asalto al Congreso de los Diputados. La fecha no fue pura coincidencia.
En 'Asalto al Banco Central', Mar Padilla explora aquellos sucesos a través del testimonio del líder de la banda de los asaltantes, José Juan Martínez y de otros implicados, como fiscales, jueces, policías, periodistas, rehenes, e incluso espías de los servicios secretos de entonces. Con todos estos testimonios y con un exhaustivo trabajo de hemeroteca, Padilla construye un relato ágil que nos lleva al escenario de esa Transición que tuvo poco de modélica. Esta crónica se inscribe dentro de un interés renovado por desentrañar la maraña de aquellos años y contribuye a entender mejor las conexiones entre lo que denominamos violencia política y violencia social. Cuando analizamos las formas de violencia durante la Transición, tendemos a dividir de forma categórica esos dos tipos de actuaciones mientras que, en realidad, son síntomas diferentes de un mismo problema estructural y sistémico de fondo: la quiebra social provocada por una profunda desigualdad y división de clases, la crisis económica generalizada, la violencia estructural que dejó tras de sí la dictadura franquista, etc.
A este trabajo de Mar Padilla se suman otros que muestran un interés por bucear en esas conexiones y ofrecer un relato más complejo de la Transición, estudiando acontecimientos o personas marginales, que no han pasado a la historia oficial o al relato hegemónico. Hace unos meses escribí en este espacio una reflexión sobre 'Lunática', de Andrea Momoitio, otra crónica periodística publicada en Libros del K.O. que investiga la muerte de una prostituta en la cárcel de Basauri y analiza la relación entre la ley represiva franquista de peligrosidad social y la de amnistía de 1977, dejando claro que el objetivo de la ley era criminalizar una moral disidente. La COPEL (Coordinadora de Presos Españoles en Lucha) y las personas que se estructuraban en torno a ella reclamaban que la amnistía del 77 también les tuviera en cuenta, defendiendo que los delitos por la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social deberían ser considerados políticos. La relación entre lo político y lo «delictivo» se puede ver claramente en las reivindicaciones de aquellos presos que recientemente Alberto Rodríguez ha llevado al cine en su película 'Modelo 77'. También David Cabrera en 'La Sombra', otra excelente crónica de la misma editorial, se detiene a analizar estas relaciones.
Los protagonistas del asalto al Banco Central navegan entre las aguas de lo político y lo delictivo, así lo ve la autora: «Lo que iba a ser un atraco más se transforma en un enigma de dos cabezas, ¿terrorismo político o uno de los intentos de robo más insólitos de la historia?». El 23 de mayo a primera hora de la mañana un grupo de asaltantes toma como rehenes a 263 personas en el Banco Central de la Plaza de Cataluña. Poco después se encuentra una nota en una cabina telefónica cercana exigiendo la liberación del teniente coronel de la guardia civil Antonio Tejero y dos mandos más implicados en el intento de golpe de Estado del 23F. En principio, el comunicado dejaba claro que el atraco tenía motivaciones políticas, pero como explica muy bien Padilla (tendrán que leer el libro si quieren conocer los detalles), pronto se empieza a sospechar que los asaltantes son delincuentes «comunes», unos «quinquis», unos «chorizos», con motivaciones puramente económicas. Y, sin embargo, nunca se acabará por resolver el enigma, a pesar de haber detenido, interrogado y juzgado a todos los implicados. Hay muchos detalles apasionantes en la investigación que despliega la autora y que usted puede descubrir si lee la crónica, pero una de las cuestiones que más me interesan es lo fácilmente que se creyó que los asaltantes podrían ser guardia civiles y, cuando se descubrió que no lo eran, lo fácilmente que se creyó una teoría conspirativa sobre un supuesto encargo con el objetivo desestabilizar la democracia, todavía más, por parte de fuerzas ocultas de extrema derecha. Si fue tan fácil creer que había una intención política oculta detrás del atraco, la hubiera o no, se debe a que las condiciones sociopolíticas del momento hacían de ese escenario algo totalmente posible.
No hay duda de que los protagonistas del asalto eran delincuentes, la mayoría con antecedentes por robo. El líder, José Juan Martínez, lo era, y también era, supuestamente, colaborador de los servicios secretos españoles. Esto no nos sorprende: la relación en esa época de la delincuencia con las fuerzas de seguridad en el trabajo político es bien conocida, como ya mostró de forma magistral y desgarradora Eloy de la Iglesia en la película 'El pico', al establecer un hilo sutil pero innegable entre la irrupción de la heroína en Bilbao y las actuaciones antiterroristas de la guardia civil. Una película que responde al espíritu de la época y que, como otros ejemplos de cine quinqui, impugna el relato de una Transición pacífica y modélica. Libros como este de Mar Padilla intervienen también en esa impugnación, renovándola, y nos dan nuevas herramientas y materiales para entender aquellos tiempos convulsos.
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