Carbonero clásico
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En esta edad de pirotecnia mercantil en que las fajas laudatorias tapan las cubiertas de algunos libros y se acumulan citas ditirámbicas sobre películas, proliferan los «clásicos» que dejarán de serlo prontoLa imagen es bella y poderosa: una especie de túmulo piramidal de unos tres metros de altura de cuyos laterales se desprende un humo azulado a través de pequeños agujeros; sobre su superficie, reposa una escalera de madera que ha servido para que un hombre ... llegue a lo alto del cono y, en precario equilibrio -o eso parece-, inserte, rítmicamente y con fuerza, una larga vara en el corazón del túmulo. Su figura aparece y desaparece, envuelta en un denso humo que sale del interior de la construcción. Se trata de un carbonero. Está azuzando de forma precisa y metódica el fuego de su carbonera vegetal en un monte de Navarra. Detrás de la belleza de esta imagen hay una profesión ancestral, dura e infravalorada, de la que apenas quedan vestigios.
En el precioso y delicado documental 'Nafarrako Ikaskinak/Carboneros de Navarra' (1981), Montxo Armendáriz recogió las prácticas y los testimonios de carboneros y carboneras que después le servirían de base para la película 'Tasio' (1984) que ha sido reconocida oficialmente como un «clásico» en las últimas ediciones de los festivales de cine de Cannes y de San Sebastián, entre otros. ¿Cómo una película que tiene como protagonista a un carbonero de un pequeño pueblo navarro puede convertirse en un clásico?
Para empezar, tendríamos que preguntarnos qué entendemos por «clásico». Se han escrito miles de páginas en torno a esta cuestión y no les aburriré con disquisiciones teóricas y académicas. De lo que no hay ninguna duda es que el término «clásico» adorna mucho, da prestigio, consagra. En algunas fajas de libros se afirma con rotundidad algo ridícula que estamos ante un «clásico contemporáneo» refiriéndose a una novela que se acaba de publicar. En esta edad de pirotecnia mercantil en que las fajas laudatorias tapan las cubiertas de algunos libros y se acumulan citas ditirámbicas sobre películas, proliferan los «clásicos» que dejarán de serlo pronto.
Y es que una de las características fundamentales de un clásico de verdad es su capacidad de perdurar en el tiempo. En cada reencuentro con un clásico surge una nueva interpretación, ya sea porque el lector o espectador ha evolucionado y puede hacer interpretaciones más profundas o sofisticadas, porque es capaz de fijarse en otros detalles que antes le pasaban desapercibidos, porque su sensibilidad ha cambiado y hay cosas que ahora le afectan en otro grado, o porque el contexto histórico y social hace que entienda la obra de diferente manera. En cualquier caso, el clásico lo es porque permite, en cualquier etapa de la vida, volver a él y extraer un significado y un goce estético. Una novela o una película clásicas van más allá de lo contingente de una trama; en sus entrañas residen cuestiones eternas a las que accedemos a través de modos de representación -los lenguajes literarios o visuales, según el caso- que no caducan.
El 21 de septiembre el Festival Internacional de Cine de San Sebastián inauguró su sección Klasikoak/Clásicos con la película 'Tasio' (1984). La película ha sido restaurada en 4K por iniciativa de la Filmoteca Vasca en los laboratorios L'immagine Ritrovata de la Cinemateca de Bolonia. Tuve el privilegio de asistir a esta proyección y volver a ver, en las mejores condiciones posibles, esta joya de nuestro cine. La película está basada en la vida de Anastasio Ochoa Ruiz (1916-1989), carbonero y cazador furtivo en un pequeño pueblo de la sierra navarra de Lokiz. Tasio es un niño que se rebela contra la autoridad encarnada en el cura; que pasa a la edad adulta -hito marcado por el gesto del padre de darle unos pantalones largos- el día que, por iniciativa propia, se sube a la peligrosa carbonera para oxigenarla; que de adulto se enfrenta al guardabosques y a la guardia civil como cazador furtivo; que dice adiós a sus amigos y a su hija cuando marchan a la capital, como tantos otros, para progresar. Tasio, por sus orígenes y circunstancias históricas -de fondo escuchamos el runrún del franquismo y su aparato represivo- estaba destinado a tener que aceptar diferentes formas de explotación, ya fuera como carbonero vendiendo a precio miserable el carbón, como jornalero en régimen de semiesclavitud, como montero persiguiendo ciervos para los señoritos cazadores, o desarraigándose por un trabajo malpagado en la capital.
Por encima de un jornal o una seguridad, Tasio elige la forma de vida -dura, precaria diríamos hoy- que él considera digna. Así, Armendáriz explora a través de las decisiones de Tasio los vínculos que existen entre dignidad y libertad, la segunda imposible sin la primera; con sutileza y sensibilidad nos enseña a distinguir el orgullo de la soberbia, la rebeldía de la obcecación, el amor propio del egoísmo. La profundidad con la que Armendáriz indaga en uno de los temas más humanos -el deseo de libertad- es una de las características que convierte a 'Tasio' en un clásico. Otra es la belleza trascendente -recordemos el goce estético- de su lenguaje visual: dos niños haciendo sonar sus aros de metal por las calles empedradas, un primer plano de adolescente enamorado, un ciervo abatido y un jabalí entrampado, una carbonera que se derrumba, una carrera en el monte, un baile popular. La luz a través del humo. El bosque oscuro del furtivo. El interior tibiamente iluminado. Cada plano. Cada palabra. Cada silencio.
La emoción que provoca la belleza de 'Tasio' hoy tal vez sea diferente a la que provocó en 1984 porque no somos los mismos que entonces, pero es sin duda una emoción intensa y duradera. Leo unas palabras del propio Montxo Armendáriz sobre lo conmovedor que fue el proceso de restauración de la película: «No solo porque rescataba del fotoquímico las imágenes tal como las recordaba, sino también porque con ellas recuperaba trozos de mi propia vida: momentos inolvidables y personas queridas que, con sus luces y sombras, iban surgiendo durante el visionado de cada escena, como si los recuerdos hubieran quedado atrapados en sus fotogramas y se resistiesen también a ser borrados por el paso del tiempo». Y me pregunto si la emoción que sentí al volver a ver 'Tasio' y que se resiste a ser descrita con palabras tendrá que ver con que la subjetividad sensible y luminosa de Armendáriz está atrapada, como sus recuerdos, en esos fotogramas y se despliega ante nosotros, espectadores conmovidos, cada vez que se proyecta la película. Sin que importe el lugar ni el tiempo. Tal vez sea por eso y por nada más que 'Tasio' es un clásico.
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