Sois basura
EL FOCO ·
Hitler llegó al poder después de unas elecciones democráticas en la que su maquinaria de propaganda, en la que defendía «Alemania para los alemanes» -expresión que acuñó en 1930-, ya funcionaba a todo motorEL FOCO ·
Hitler llegó al poder después de unas elecciones democráticas en la que su maquinaria de propaganda, en la que defendía «Alemania para los alemanes» -expresión que acuñó en 1930-, ya funcionaba a todo motorUna mano cuya muñeca luce una pulserita con la bandera de España tira a la basura varios símbolos: el feminista, el de la okupación, el comunista, el de la Agenda 2030, la bandera catalana, el arco iris LGTBIQ. Sobre la mano que hace limpieza, un ... eslogan: «Decide lo que importa». Dos columnas de palabras flanquean esta imagen. En rojo: imposición, inseguridad, división, pobreza, abandono, invasión. En verde: libertad, seguridad, fronteras, familia, campo, industria. Así anuncia Vox el acto de clausura de su asamblea, con un cartel incitando a la eliminación de lo que ellos consideran sus enemigos, que se despliega, gigantesco, en uno de los edificios más visibles e importantes de Madrid, en plena calle de Alcalá. Así se definen ellos, así se definen quienes los votan y quienes desde los medios de comunicación aúpan y reproducen sus mensajes: como la mano que decide y elimina.
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Con un solo gesto. Así se definen. Ni siquiera necesitan palabras, aunque las usen. Están de adorno porque, ante el gesto de tirar a todo este batiburrillo de símbolos a la basura, toda palabra se vuelve innecesaria. El gesto es radical y excluyente; elimina cualquier otro sentido. Tiramos a la basura lo viejo, lo que no nos sirve, algo de lo que podemos prescindir, que nos sobra o nos molesta, que no nos gusta o nos incordia. Tiramos a la basura comida que ha caducado, restos que hemos desechado, carcasas de pollo, raspas de pescado, fruta podrida. La basura apesta. La basura corrompe. Sacamos la basura de nuestras casas para que se la lleven lejos de nuestra vista y nuestro olfato. Que otros eliminen lo que hemos desechado, que acaben con su rastro y que lo hagan lejos. Donde no nos moleste más. Tirar algo a la basura significa, para quien lo tira, librarse de su presencia. Eliminarlo.
Contemplo el cartel al mismo tiempo que doy un repaso a mis apuntes de las casi mil ochocientas páginas que conforman los dos volúmenes del historiador Saul Friedländer 'El Tercer Reich y los judíos' editado por Galaxia Gutenberg, una obra indispensable para entender cómo se llegó al exterminio de los judíos de Europa y que abarca los años desde 1933 a 1945. Y me digo que no, que no exagere, que debo contextualizar, que no se puede comparar una cosa con la otra. Y sin embargo, recuerdo que, aunque con subterfugios, Hitler llegó al poder después de unas elecciones democráticas en la que su maquinaria de propaganda, en la que defendía «Alemania para los alemanes» (expresión que acuñó en 1930), ya funcionaba a todo motor; que las primeras víctimas del nazismo, aquellos que inauguraron el campo de concentración de Dachau no fueron judíos, sino comunistas y disidentes antinazis (a la basura), a los que pronto se sumarían los homosexuales (a la basura); que las mujeres arias que defendían sus derechos reproductivos, así como ginecólogos que practicaban abortos, acabaron en la cárcel (a la basura); que en 1935 se creó la Oficina Central del Reich para Combatir la Homosexualidad y el Aborto; que mientras se comprobaba la complicidad de la sociedad alemana con las leyes antijudías cada vez más crueles, el Estado eliminaba a quienes consideraba basura por medio de la reclusión, la esterilización o el asesinato encubierto. Y estas eran las señales, este era el anuncio, de todo el horror inasumible que vendría después. Pienso, en este repaso que cada vez me causa más malestar, que tampoco debería pensar siempre en cosas nazis. Qué obsesión la mía, cuando en suelo patrio tenemos un ejemplo mucho más cercano y reconocible.
La papelera de Vox bien podría haber estado en la oficina del Caudillo a quien admiran tanto, a pie de esa célebre mesa sobre la que firmaba las sentencias de muerte. Tenemos así la imagen de una papelera mucho más española: en ella entramos las feministas rojas de hoy lo mismo que entraban las putas rojas de antaño, a quienes rapaban el pelo e intoxicaban con aceite de ricino, entre otras cosas; entra el movimiento LGTBIQ lo mismo que lo hacían los sodomitas y maricones de entonces; también caben los podemitas perroflautas de hoy y los comunistas terroristas que perturbaban la paz y la concordia del Régimen; por supuesto entran los okupas contemporáneos y los vagos y maleantes a quienes dedicó el Caudillo una bonita ley; entran los separatistas actuales igual que los que querían romper esa España una, grande y libre. Qué continuidad tan precisa y preciosa la de los ideólogos de Vox. ¡Si solo tuvieran a su disposición los mismos mecanismos de poder que su admirado dictador!
Así que a estas alturas de la reflexión no queda más que preguntarme qué lejos estaría dispuesta a llegar esta gente que quiere tirarme a la basura si tuvieran el suficiente apoyo social para hacerlo. Si a través de su propaganda violenta, sus bulos, su discurso de odio y de exclusión, su propagación del miedo y su señalamiento consiguieran los suficientes votos como para llegar al poder. Me pregunto, no puedo evitarlo, si del gesto simbólico de tirarnos a todas a la papelera, serían capaces de pasar a la acción. Y en parte, tengo la respuesta: ya han eliminado donde han podido las concejalías de Igualdad, ya niegan institucionalmente la violencia machista, lo que significa una clara ofensiva contra las mujeres (no solo las feministas). También me digo que en las condiciones históricas actuales sería imposible pasar de la violencia discursiva a la violencia física, a la persecución directa y abierta, pero eso no me acaba de tranquilizar, porque si bien nuestra democracia actual tiene sus mecanismos y contrapesos de protección de la ciudadanía, eso no evita la existencia de un deseo de violencia por parte de quienes ostentan y defienden ese discurso.
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Vuelvo a ese cartel que cada vez me perturba más: «Decide lo que importa». Las palabras que flanquean la imagen violenta -en rojo: imposición, inseguridad, división, pobreza, abandono, invasión; en verde: libertad, seguridad, fronteras, familia, campo, industria- ahora me resultan todavía más violentas, más retorcidas. Porque, ante un gesto así, ¿qué valor tiene hablar de libertad y seguridad? ¿A qué familia van a proteger? ¿Qué campo y qué industria pretenden potenciar? ¿Para quién? ¿En nombre de quién van a eliminar todo aquello que consideran basura y con qué intereses? ¿Con qué sociedad sueñan y fantasean? La posibilidad criminal está ahí, en esa imagen. Y no puedo dejar de pensar con un escalofrío que algunos de mis conciudadanos votarán con felicidad e ilusión esa posibilidad.
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