De vez en cuando salta alguna noticia que nos deja a todos conmocionados. La última, la de Elche. Ha consternado a los vecinos del municipio alicantino y nos ha consternado a todos. El propósito de mi escrito de hoy no es otro que recordar algunas ... consideraciones que yo he hecho en este espacio, por si pudieran ser de alguna utilidad para alguien, sobre todo para los que son padres. No en vano los primeros y principales educadores de los hijos son los padres. No el Estado. Las competencias de este no son otras que ayudar a los padres en esa tarea, y no más.
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Yo no me siento ahora mismo nada capacitado para abordar la incidencia que algunos medios tecnológicos tienen en nuestros niños y jóvenes. Todo el mundo habla de una auténtica adicción que llegan a generar. Una adicción que los técnicos consideran tan destructiva, o más, que las que devienen del juego o de la droga. Y con esa realidad habrán de pelear los padres, y cada día más.
Personalmente, y muy a menudo, yo le doy vueltas a lo que considero la pedagogía del evangelio. Una pedagogía, como mínimo, tan válida como otra cualquiera. A lo largo de los siglos ha sido muy útil a millones de padres y madres. Ha sido una pedagogía basada en el amor, en los mandamientos del amor a Dios y al prójimo, y en la vivencia de las virtudes. Por los años sesenta, el papa Pablo VI, hombre culto y santo, pronunció una homilía en Nazaret en la que dijo lo que sigue: «Cómo quisiéramos ser otra vez niños y volver a esta escuela humilde y sublime de Nazaret. Cómo nos gustaría empezar junto a María y José nuestra iniciación a la verdadera ciencia de la vida». En esa escuela de Nazaret es donde se formó y educó Jesús.
Hace unos días recordábamos en misa el famoso sermón de las bienaventuranzas. No son otra cosa que las coordenadas que el ser humano, creyente o no, precisa para llegar a ser feliz. Vienen a decirnos que la felicidad pasa por el equilibrio, la sobriedad en el uso y consumo de las cosas, en el ir a contracorriente, en la moderación. Todas son virtudes humanas que en un hijo de Dios se convierten en un resorte que nos hace llegar a tener lo que podríamos calificar de 'señorío' sobre las cosas. Hemos sido hechos a imagen de Dios, que quiere decir dueños y señores, no esclavos de nada ni de nadie.
La adicción es siempre una esclavitud. Recuerdo que un día en clase en el Tomás Mingot, un instituto público de Logroño, un alumno ya mozo me preguntó quién era más libre, si él o yo, célibe y ordenado en mis gustos. Yo le contesté con la siguiente reflexión: «Todos estamos atados a algo. Y cuanto más válido y más bueno sea ese algo, de más nivel de libertad se gozará. Yo me siento atraído y unido a Dios que es el bien mejor que se puede apetecer, y eso a pesar de mis defectos. Pero los que se atan al dinero, a la fama, al poder, al sexo, a las drogas, al juego, son los mayores esclavos porque padecen en sus propia carne las consecuencias de su necesidad o dependencia. No se pueden soltar de esa atadura. ¿Quiénes son los más libres?». Fue una clase muy interesante. Aún me la recuerdan algunos y algunas cuando nos vemos por la calle.
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Hoy, para desgracia de muchos de nuestros jóvenes, los medios tecnológicos, que en sí mismos pueden hacer mucho bien, también pueden hacer mucho mal, y el mayor de todos, para mi modesto entender, es que pretenden convencerles de que la felicidad está en gozar de todas las sensaciones que el ambiente despierta. Y lo grave y lo gordo es que esas sensaciones nunca llenan. A unas han de seguir otras, y así hasta el infinito. Niños y jóvenes, eternos insatisfechos.
He titulado este escrito 'Educar en sobriedad es educar en libertad', dos ámbitos que se pueden distinguir, pero no se pueden separar. La libertad atraviesa todo el ser de la persona y está en la base de la educación misma. La educación capacita para tomar libremente las decisiones acertadas que configurarán la vida. El hijo ha de ir aprendiendo a tomar decisiones y ver sus consecuencias. Eso es lo acertado. Y a eso se le llama sobriedad o templanza. Y se puede conseguir, aunque cueste.
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