Poco después de las elecciones de 2020, ante el asombro general, una turba, alentada por las insinuaciones de pucherazo de Trump, entró a saco en el Capitolio, poniendo en un brete al país y a su nuevo presidente, Joe Biden, que tiró de oficio para ... capear una crisis institucional que aún colea, máxime tras la reciente sentencia del Tribunal Supremo que establece la inmunidad penal del presidente por sus actos oficiales. Serán los tribunales menores los que definan, en cada caso, si ese carácter oficial existe, por lo que el tema va para largo.
Tres años más tarde, ambos comparecen en un nuevo debate, que el presidente ha preparado afanosamente, aunque le luce poco, porque se queda sin respuesta ante los ataques del republicano, que sabe muy bien dónde dar, acusándole de descontrolar los precios y la emigración, de dejar un mundo desordenado, porque su figura, dice, no inspira respeto. Trump ataca y Biden se defiende mal, sin hacer valer sus éxitos, porque ha fortalecido la OTAN y su economía crece y genera empleo, con la Bolsa en valores máximos, pero su voz entrecortada no sirve ante los ninguneos del republicano.
Además, el formato del debate permite a Trump escabullirse sin contestar, porque comienza su turno machacando al rival con el tema previo, de manera que la pregunta queda en el olvido. Al presidente le traiciona la presión para demostrar que está en condiciones para el nuevo ciclo. Acaba el debate, y Trump sale de rositas sobre el ataque al Capitolio, y sin aclarar si acepta o no el futuro resultado electoral.
No solo eso, porque la moral demócrata se viene abajo, con unas caras que son un poema, con una pregunta que flota en el ambiente: mantener al candidato o buscar, a la carrera, uno nuevo, como sugieren al día siguiente los medios más relevantes. Se recuerda que Clinton dijo una vez que los estadounidenses prefieren «fuerte y equivocado» a «débil y correcto». Biden, que acusó a su rival de tener la moral de un gato callejero, se excusa, recordando que es difícil debatir con un mentiroso, pero insiste en seguir, con el apoyo de los donantes y el partido. Queda para la historia un debate poco ejemplar y una sociedad que se plantea cómo elegir entre un bravucón populista y un octogenario frágil.
Si usted se pregunta cómo hemos llegado hasta aquí, conviene recordar que las elecciones de medio mandato sonrieron al Partido Demócrata, con un presidente pletórico en su discurso posterior. Pero, como en el ciclismo, la pájara del debate puede dejarle sin premio. Los demócratas buscaron un cara a cara temprano para recortar la distancia con Trump, pero les ha salido el tiro por la culata. Ahora se duda del mejor camino, porque además de cambiar de caballo en mitad de la carrera, hay que elegir uno que guste a todos y en un tiempo récord. La convención demócrata es en agosto, el próximo debate en septiembre y la elección presidencial en noviembre. Quizás Biden busque aferrarse a su segunda oportunidad en ese debate.
Todo sería más fácil si la vicepresidenta, Kamala Harris, hubiera aprovechado su oportunidad, pero es la gran desaparecida y no ha sido la segunda cara, que ha recaído en un secretario de Estado, Antony Blinken, que ha viajado más que un piloto. Por eso se habla de los gobernadores como opción, como el de California, Gawin Newson, ambicioso y duro en los debates. También Gretchen Whitmer, gobernadora de Michigan; o el de Illinois, Pritzer, empresario y propietario de la cadena Hyatt. Además se mencionan gobernadores demócratas de Estados tradicionalmente republicanos. Para finalizar, no falta Michelle Obama.
Biden ha declarado que solo se presenta por la necesidad de derrotar a Trump. Solo él puede hacerse a un lado. La historia reciente nos enseña que muchas cosas pueden pasar aún, hasta que veamos en noviembre no uno, sino dos nuevos candidatos. No podemos saber qué ocurrirá porque los próximos días pueden traer muchas noticias, pero todo parece indicar que el presidente, hombre experto y responsable, no es el candidato ideal, porque no se juzga lo que ya ha hecho, sino su capacidad para otros cuatro años difíciles. Lo ideal sería poder retener su criterio, junto con los de Clinton y Obama, para complementarlo con un aspirante capaz de derrotar a Trump. La verdad es que a veces se echa de menos un consejo de mayores expertos, que tutele al elegido.
Con la reciente sentencia del Supremo, un mal día pasa a ser una mala semana para Biden. Nos jugamos mucho en el envite porque no solo se trata de EE UU, sino del mundo occidental en un momento crítico. Europa sabe muy bien lo que puede ser el mandato de Trump y no quiere repetirlo por su carácter impredecible y su escaso cariño por las organizaciones multilaterales, que han sido el soporte de nuestro orden internacional, ahora precisamente muy cuestionado.
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