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Ambiente de gran fiesta en Riojafórum, con público hasta la bandera, para el concierto de la ONE con Pablo Sainz-Villegas en el Concierto de ... Aranjuez. Hacía años que no se veía un lleno semejante en un concierto clásico, así que los melómanos habituales andábamos un poco desubicados, aunque felices de ver tanto interés popular. El concierto se abría con una obra de Laura Vega (1978), compositora residente del presente festival, estrenada por la ONE el 30 de mayo de 2021 conmemorando el centenario de la muerte de D. Benito Pérez Galdós, acaecida en 1920. La obra es muy grata de audición, con un lenguaje armónico plenamente amistoso con el público. Comienza con una bellísima melodía trenzada en contrapunto por el cuarteto solista de las cuerdas, como simbolizando la belleza de la literatura amatoria y pasional del insigne escritor, al que se van uniendo los diversos instrumentos de viento hasta alcanzar un primer clímax muy expresivo, que va explorando atmósferas y espacios sonoros de variado color orquestal y aportaciones incesantes de una amplia panoplia de instrumentos de percusión, desembocando en una apoteosis final que parece evocar la titánica obra literaria de Galdós. Recibió una calurosa respuesta del público, con fuerte ovación a la compositora presente en el escenario.
Y llegó el momento esperado del concierto de guitarra por antonomasia, el 'Aranjuez', que en manos de Pablo Sainz-Villegas es una experiencia profundamente emotiva por la hondura de sentimientos que maneja, en un despliegue de sutiles matices, oportunos acentos, dramáticos silencios y celestiales fraseos, que te hacen sentir el concierto como nunca lo has oído. Hace diez años exactos de su interpretación con la Orquesta de Castilla-León en el mismo auditorio y todavía puedo decir que me volvió a descubrir nuevas emociones y sonoridades. La alegría desenfadada del Allegro con spirito inicial la llevaron orquesta y solista con gran soltura y compenetración, para dar paso al célebre Adagio, con esa divina melodía, al tiempo luminosa y serenamente triste, donde Pablo se sitúa en el centro de toda atención, con una versión única, imposible de superar, una creación honda y conmovedora. Se destensa la música en el Allegro gentile final, una fiesta para los sentidos y un último espacio de lucimiento. Claro que, para lucimiento el bis ofrecido (el mismo que hace diez años) de la Gran Jota de Concierto de Tárrega y su espectacularidad interpretativa, que siempre incendia a los públicos de todo el mundo.
La segunda parte la ocupaba la 7ª Sinfonía de Beethoven, una de las favoritas del genial sordo, que discurrió por derroteros más pedestres, con una lectura por supuesto muy profesional, pero que no conseguía levantar vuelo, dando la impresión de poco ensayo, como una eficiente lectura a primera vista, pero sin redondear sonido, sin ajustar ataques, sin embellecer fraseos, con buenas intervenciones individuales, pero sin lograr una clara voz colectiva. El joven director chileno Luis Toro, con un currículum profesional excelente, no consiguió dar altura a esta séptima de Beethoven, al menos en sus tres primeros movimientos, porque en el Allegro con brio final, sí que alcanzó una energía desbordante y una lectura electrizante que despertó el entusiasmo del público, brindándonos una acertadísima propina: la versión orquestal de la famosa Sonata para teclado del logroñés Mateo Albéniz (1755- 1831).
Una queja: el programa de mano omite el desglose de movimientos del concierto y de la sinfonía, como ocurre con cierta frecuencia en Riojafórum. Considero necesario indicarlos. Ahí queda.
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