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El 10 de junio hubo un eclipse parcial, pero el que se produjo en la manifestación de Colón de Madrid fue total. Rosa Díez, nuevo satélite de la derecha española, gritó apocalipsis sin cuento para la España venidera. Denunció supuestas violaciones constitucionales si se indulta ... a los presos independentistas y hecatombes democráticas si Sánchez ignoraba la voz de los españoles decentes. Lo que significa que los que no piensan como ella son indecentes. Debe haber millones dado su hundimiento electoral. Doña Rosa anda haciendo méritos a golpe de megáfono. Lo cierto es que Sánchez tiene que escuchar a los que fueron a Colón y a los que no lo hicieron pero, sobre todo, tiene que frenar al independentismo creciente que heredó de Rajoy. Gritar es muy saludable para soltar adrenalina y no vulnera la Constitución, pero no está demostrada su eficacia para resolver asuntos de estado.
No me entusiasma esta medida de gracia como tampoco me gustó el indulto en 1988 del general Armada, condenado a 30 años por rebelión en el golpe de estado del 23-F, pero lo acepté, como ahora, en aras de la convivencia. De bronca en bronca no creo que lleguemos lejos. No estar en contra no significa estar a favor sino aceptar que puede ser necesario. Si, con el tiempo, el número de independentistas irredentos disminuye habrá merecido la pena pero eso hoy nadie lo sabe. Este camino no se ha recorrido, el otro sí. Quizá no soy una española decente sino una traidora a mi patria. Lo cierto es que vivimos en una España tan subida de tono que hace bueno el aforismo machadiano de que aquí «de diez cabezas, nueve embisten y una piensa».
En Colón, tanto Rosa Díez como los liderazgos de Casado, Arrimadas y Abascal quedaron totalmente eclipsados en el preciso instante en el que apareció Isabel Díaz Ayuso dando imagen y voz a la cita antigubernamental. Ella aspira a ser el sol de la nueva constelación política de la derecha española y no hay duda de que iluminó la plaza de Colón en cuanto abrió la boca y puso a Felipe VI contra las cuerdas al preguntarle, sin retórica alguna: ¿Qué va a hacer el Rey de España, va a firmar esos indultos? Sabiendo las funciones del monarca a algunos se les petrificó la sonrisa, la nueva estrella que ilumina el firmamento de todas las derechas les había metido en un jardín a sabiendas de lo que hacía. Isabel, como el vizconde Valmont –'Las amistades peligrosas'– solo habla una vez calculado el daño que puede hacer. Dejó a todos los líderes presentes bajo los adoquines de la plaza. Nadie había osado interpelar al Rey en un territorio supuestamente monárquico y constitucional. Dividido el país entre buenos y malos españoles se juega con fuego al ignorar el contenido convivencial y tolerante de una Constitución que es de todos los españoles, incluidos aquellos que no quieren serlo.
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