Cuarenta días después de la invasión rusa de Ucrania, la alarma se ha extendido entre una ciudadanía que ha comprobado en sus propios bolsillos la irrefutable certeza de una máxima avalada por la historia: todas las guerras empobrecen. También la desatada por Vladímir Putin. Algunos ... de sus efectos colaterales en la economía son ya visibles en forma de meteórica subida de los precios, extendida desde la energía al conjunto de la cesta de la compra, y de un frenazo de la actividad que más pronto que tarde tendrá su reflejo en el empleo. La escalada de la inflación hasta el 9,8%, el mayor nivel en 37 años, muestra por sí sola la excepcionalidad del momento. No solo supone una fuerte pérdida de poder adquisitivo al crecer los salarios y las pensiones a un ritmo muy inferior, sino que evapora una parte de los ahorros acumulados con gran esfuerzo por las familias. Las medidas anunciadas por las instituciones ayudarán a amortiguar las consecuencias de una crisis cuya virulencia sería ingenuo ocultar. Pero, sin poner en solfa su utilidad, es necesario que la población tome conciencia de la gravedad de la situación y de que no saldrá de ella ni con inexistentes recetas mágicas ni sin sacrificios.

Publicidad

Tampoco lo hará de forma inmediata en cuanto callen las armas. Las sanciones impuestas a Rusia por la comunidad internacional, los movimientos que implican en los mercados y la devastación material de Ucrania –uno de los graneros del mundo y gran productor de materias primas– implican cambios duraderos que no desaparecerán sin más. Lo mismo ocurre con la presión sobre los precios energéticos. Funcas prevé una alta inflación durante este año y que el plan de choque del Gobierno apenas la rebajará un punto. El acelerado ascenso del euríbor, que se anticipa a una subida de los tipos de interés por parte del BCE, completa un panorama complicado.

Bien haría la clase política en tratar como adulta a la sociedad y, sin caer en tremendismos que a nada conducen, realizar un ejercicio de pedagogía sobre la inquietante situación y los esfuerzos compartidos que le esperan, sin dejarse llevar por la demagogia y el cortaplacismo. Se impone decir la verdad y actuar con realismo, aunque resulte impopular. Quizás lo sea un pacto de rentas que distribuya de forma equitativa sacrificios entre trabajadores, pensionistas y empresas, pero su imperiosa necesidad debería facilitarlo en un país maduro y consciente de lo peligroso que sería errar en esta crítica coyuntura.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad