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Si se admite que matar a otro puede tener una justificación política es que estamos locos. Si se sostiene, activa o pasivamente, la utilidad de la violencia es que vivimos en la indignidad. Si se aclama y ensalza al asesino, disculpando así su conducta, es ... que una enfermedad ha destruido como una termita la arquitectura moral del individuo. Si lo hace una sociedad amparada en la fuerza de la colectividad es que la epidemia no tiene cura. Si se cierran los ojos para simular no ver es porque se cree que el silencio no te hace culpable de consentir el delito. Si a la conciencia no repugna el asesinato de otros solo porque es de 'los otros' y no de 'los nuestros' es que no queda esperanza. No se puede vivir abrazado a la ignominia sin mancharse.
Los últimos días de julio fueron recibidos en Hernani y Oñate dos pistoleros de ETA con trayectorias criminales desarrolladas en los años de plomo entre aplausos, vítores, bengalas y música. No me interesa en estos momentos saber quien organizó las alegres bienvenidas, la Fiscalía investigará y depurará las responsabilidades que procedan, para eso está. A mí lo que me preocupa es la cantidad de gente, teóricamente normal y corriente, que acudió a los recibimientos en número elevado a aplaudir y vitorear a los excarcelados. Uno era, José Javier Zabaleta, 'Baldo', que llegó a número dos de la banda terrorista. Participó en varios atentados dejando un reguero de sangre, cadáveres y casquillos de bala, 57 en un bar de Zarautz donde asesinaron a cuatro guardias civiles y a un vecino. El otro, Xabier Ugarte Villar, es uno de los secuestradores de José Antonio Ortega Lara, al que tuvieron 532 días en un agujero. Han cumplido 29 y 22 años de cárcel, respectivamente. Los condenados regresan a sus casas. Los muertos no lo harán jamás.
Los asesinos también tienen madres, hermanos, familias y amigos. No digo que no sean acogidos por los suyos con el afecto fraterno que corresponde, pero de ahí a auparlos al pedestal de los héroes va un trecho considerable. Respeto, para eso vivimos en un Estado de derecho y no en una dictadura que cumplida su condena estén en libertad. Pero creo que quienes les aplauden y vitorean, además de respetar el dolor ajeno, deberían pensar que el odio solo conduce a la indecencia. Quienes guardaron un silencio cómplice, quienes viendo no veían, quienes callaron ante los asesinos cuando las pistolas funcionaban a pleno rendimiento deberían ahora, por respeto, guardar silencio. No alivia el dolor pero al menos no lo reaviva.
Una parte de la sociedad vasca tiene un problema todavía no resuelto. La epidemia de mirar para otro lado que se propagó durante años tiene un antídoto y no viene del olvido sino del recuerdo. Abrir los ojos para erradicar el odio desde el respeto al dolor ajeno, es el camino. Si la enfermedad estuviera en fase de superación en la próxima bienvenida a condenados no debería haber nadie prendiendo bengalas ni aplaudiendo. Si continúan los homenajes es que la ruindad moral persiste y se disculpa.
Dicho lo cual, resulta muy sorprendente que ahora que ETA no existe y ha sido derrotada por nuestra democracia, algunos portavoces de los tres partidos de la derecha española se empeñen en resucitarla a todas horas como quien echa en falta alimento para armar un discurso ideológico cada vez más menguado. Sin Cataluña y sin ETA el argumentario naufraga. Cayetana Alvárez de Toledo quiere ser el severo látigo que fustigue a Pedro Sánchez utilizando, y van demasiadas veces, el dolor de las víctimas. Agitar la crispación calificando de proetarra a todo adversario político es no solo mentira sino una indignidad moral evidente. Comparto el sufrimiento de las víctimas pero detesto a los charlatanes que usan el duelo ajeno en el mercadeo político de los sentimientos.
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