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Hace un par de semanas, quizá algo más (con las cíclicas noticias de la guerra tengo una percepción extraña del tiempo, que a veces se dilata y otras se encoge), Putin se dio un baño de sus fervientes multitudes en un gran estadio. Lo hizo ... a prudente distancia de las gradas para evitar efusiones cercanas que se pudieran transformar en otra cosa. Vestía un anorak grande, bajo el que sin duda llevaba un tupido chaleco antibalas de grueso calibre. Sin embargo, lucía el coco descubierto. Pero es posible que el bótox que le pinchan en el rostro tenga propiedades de blindaje, y también que le hayan incrustado bajo la piel, en el cráneo, un cuenco de acero que afecta a sus facultades mentales y retiene el surgimiento de las ideas como dentro de una gruesa lata de espárragos de Navarra. De todos modos, no tiene que ser nada fácil que un francotirador consiga tener al tirano ruso en el punto de una mira telescópica; la vigilancia alrededor, en un amplio círculo, será a buen seguro exhaustiva.
Otra posibilidad que se ha barajado es que quien aparece en saraos de ese tipo y se expone no es Putin, sino su doble. De nuevo en alusión a la máscara de bótox cementero del prócer, no ha de ser empresa tan complicada fabricar a partir de tal caricatura una copia al estilo muñeco del museo de cera. Quizá el doble ha ocupado el lugar de Putin (apiolado hace mucho o en el más recóndito gulag) y es el suplantador quien ha perpetrado la guerra. O el doble tiene a su vez otro doble y este otro más y en la última 'matrioshka' no hay nadie. Todo es posible en torno al peligroso criminal de guerra y aprendiz de zar, que aunque da mucho miedo no consigue sustraerse a su dimensión de personaje grotesco y de pacotilla.
Me decía una amiga moscovita con anhelo: «Ojalá consigan envenenarlo». A Putin le gusta el veneno para el asesinato en detalle; sería de justicia poética que muriera de esa manera. Para comprobar si la comida o la bebida están envenenadas surgió el comprometido empleo de catador, que asociamos a Cleopatra, reyes medievales o los Borgia, pero llega hasta el presente. Franco, Fidel Castro o Juan Carlos I tuvieron catadores. Los de Putin tienen que vivir como si jugaran a la ruleta rusa todos los días. Corre el rumor en Moscú (en voz baja, claro) de que Putin, para inmunizarse y que no puedan envenenarlo si esquivan a los catadores o le meten la ponzoña de otro modo, lleva años tomando pequeñas dosis de arsénico, cianuro, su apreciado polonio, matarratas ruso o vodka de garrafa, sustancias mortíferas clásicas a las que habría añadido desde su invención la vacuna Sputnik.
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