Esto de Tokio del año pasado, estos Juegos como de mega Manga, pensados para la videoconsola de la televisión, que actúa de mampara, de profiláctico global; este gigantesco ensayo general sin público (en la intimidad, uno escribe o corre o compone o filma o pinta ... sin público), esta gran ceremonia de lo real imitando a lo virtual, ha inventado, como una especie de extremo del protocolo COVID, un concepto que, sin embargo, se me antoja valdría para otros tramos o cosas de la vida, si no para la carrera completa de la vida; un concepto, ahora verán, que participa de esa inspiración de vacío, de circuito cerrado, en el que se basa esta Olimpiada no presencial. Lo leí por primera vez el jueves y no se me va de la cabeza. Es más, desde el jueves se me aparece como conclusión de pequeños –y a veces no tan pequeños– actos cotidianos porque constituye todo un récord existencialista; entendida la vida como prueba, como deporte de alto riesgo, algo que se va descubriendo con su práctica. Se trata del concepto «No empezó», traducción de «Did Not Start», o sea DNS. Si tu estás, por ejemplo, en plena competición, a punto de llegar al final, a la final, de una prueba en estos JJOO 2020, pero en una PCR, justo en puertas del medallero, pongamos, das un positivo, no te descalifican, pero te declaran DNS; lo que viene a decir que no es ni que no hayas ganado, ni nada, ni siquiera eso, no; es que «no empezaste», vamos, que ni empezaste. A mí me parece más extraño que perder. Es una 'baja' insólita. Has llegado hasta Tokio, has accedido a su villa olímpica, que parece una versión de la ciudad de La fuga de Logan, te has lanzado a la pista, lo has dado todo (un récord que se te supone), y de pronto una variante te saca de la pista y el resultado es que no empezaste, algo así como que no estuviste allí, que ni lo intentaste. A mí, por lo menos, me suena a incomparecencia. «No empezó». Tiene el tono de un epitafio. Fulanito, fulanito de tal, las fechas entre paréntesis y la inscripción: «No empezó». Que si lo piensas, ¡ojo!, no está tan mal como resumen de tu paso por la sede olímpica del mundo y su concurso. No te deja tan mal. El resumen es que no lo hiciste ni bien ni mal porque no pudiste ni empezar. Y anula causas, o consigue su sobreseimiento. Y reza que te queda toda la vida por delante. Esta forma como de no figurar, de certificar que no estuviste ni en la línea de salida, en un momento dado resulta un alivio, pues te permite pensar –de poder leer tu epitafio, claro– que no estuviste donde nunca quisiste haber estado, o que no dijiste aquello que no querías haber dicho, o que no hiciste aquello que en realidad nunca quisiste hacer. Y es que, sencillamente no empezaste. Oiga, este «No empezó», no se lo tenga en cuenta. Todos tenemos un pasado, pero eso no significa que estuviéramos en él. Posiblemente, ni lo empezamos. Y lo que vale para la suma de tus días, ese marcador de máximos, vale también para las escenas mínimas, el microteatro que se produce día a día: algunas situaciones, actuaciones o conversaciones, al final de las cuales, y pasado un tiempo, no mucho por lo general, desearías un acta notarial que diera fe de que eso ni lo empezaste. «No empezó». ¡Ufff, menos mal!, pensaba que sí. La otra noche, el calor, disuelto en el insomnio, o viceversa, me hizo salir a la televisión, por ver si me adormilaba la modalidad de zapping, esa carrera de obstáculos que vas salvando a base de un pulgar entrenado. Y acabé en Tokio, no el de su Cantina de medianoch,e que ya les ponderé otro domingo, ya me hubiera gustado, sino en la nave de sus Juegos, con sus siete horas de diferencia. Y más diferencias que horas. La brecha temporal es también un salto para medallistas expertos. Y allí dejé a los equipos. Contorsionando sobre barras, potros y anillas, en medio de una platea inmensamente vacía. Mientras que yo solo doy vueltas en la cama, modalidad aún no reconocida como olímpica, si acaso onírica. Y hasta aquí por esta temporada, buen verano tras este Ojo que reanudé en septiembre de 2020. Si es que lo empecé.
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