El Congreso conmemoró ayer el Día de las Víctimas del Terrorismo en medio de una inquietante división que no hace más que reflejar, agudizándola al tiempo, una grave falla del Estado de Derecho: la incapacidad de sus representantes para sostener nuestra convivencia sobre el pilar ... de una memoria integradora pero, ante todo, veraz y comprometida de lo que representó la violencia de ETA; y en la que no se pase página de la voz plural de los damnificados como si estuviera también amortizada ya en el presente y para el futuro de sus conciudadanos. El cese definitivo de los atentados etarras del que en octubre se cumplirán diez años consumó, felizmente, un innegable cambio de ciclo que no fue fruto, en ningún caso, de la generosidad de quienes dejaron las armas ni de quienes avalaron esa decisión tras haberles dado cobertura social y política durante medio siglo. Y sí una conquista colectiva de la que las víctimas fueron y son punta de lanza y legado imperecedero. Un cambio de ciclo en el que el obligado recuerdo de lo que significó la imposición de la muerte sobre la libertad de la vida, y de lo que significó también la derrota del sectarismo por la democracia, fricciona con las ganas de olvidar y las tentativas de blanquear complicidades. Y mientras la desmemoria y la tergiversación interesada de la verdad sigan librando ese pulso, ni las víctimas podrán devolver al terreno de su intimidad, de su privacidad, la lacerante pérdida sufrida ni los responsables políticos tendrán excusa para su desidia, su descuido y su falta de unidad en la construcción de una convivencia moralmente intachable tras el fin de ETA.
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El presidente de la Fundación Víctimas del Terrorismo, Tomás Caballero, se dolió en el Congreso por lo que está ocurriendo para que el acto de ayer registrara tantas ausencias, empezando por las dos organizaciones de afectados más numerosas –la AVT y Covite– y varias añadidas. No estuvieron ni el presidente Sánchez ni la nueva líder de Podemos. Tampoco Pablo Casado, quien envió una representación mínima con críticas al Ejecutivo por apoyarse en EH Bildu y los independentistas, mientras Vox se manifestaba fuera del hemiciclo. Empieza a cundir el riesgo cierto de que la significación de las víctimas, como fuente de convivencia y testimonio para erradicar para siempre el terror, acabe acotada a un 'conmemorialismo' rutinario. A días de homenaje vaciados de contenido y en los que el protagonismo recae sobre la izquierda abertzale por acudir a lo que podría haber evitado y aún no condena.
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