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Hubo un tiempo en que la distancia social implicaba desdén, desprecio de no hacer aprecio, desconocimiento de gentes cercanas a las que se veía ajenas, fuera de la pantalla global, marcianos sin mando a distancia. La distancia es la alambrada entre el reconocimiento y el ... olvido, entre la tranquila acogida y el desasosegado aislamiento, entre la paz del paisano y el agobio del extranjero; erosiona el kilometraje, profundiza los socavones del camino, hace el hatillo de cada hombro intransferible, intocables la fiambrera y la bota de vino. En un mundo hipercomunicado millones de personas carecen de conexión, de enlaces, de vías, un desierto por el que deambulan millones de caravanas perdidas a las que la cautela tiende la mano con la trinchera puesta.
Cada día, en cada paseo, cada persona alimenta su historia, la vive, la imagina, en un escenario poblado de familiares, amigos y conocidos, testigos, testimonios, ha estado aquí, protagonista, actor, domador, investigador, dios y nadie; ellos, los suyos y los secundarios dan fe notarial de su existencia. Desde el útero donde fue plantada y abruptamente despertada por el choque de la respiración, sabe que la vida no es un jardín de rosas en general aunque en particular sí cabe una soleada terraza con geranios. La cercanía alienta la carrera, disminuye el cansancio, palia el calor y el frío, calma el hambre, disuelve el ansia. O envenena y mata.
Los reveses naturales, sección zoología, imponen marcar distancias, por seguridad, para evitar contaminarse. Cosas de la enfermedad. Cosas también del lenguaje, que enseguida se malicia y se tira al monte, a la psicobotánica. El punto cero, la distancia mínima la certifica el refrán de la sombra del árbol que acoge, protege y enamora. El punto y final, el plantón. Plantar es poblar de plantas un terreno, acoger fructíferamente, incluidos lechuguinos y berzas. Plantar es dejar esperando en vano a alguien con quien se tenía una cita. El esqueje en espera –«standby»– queda sin arraigo ni desarrollo, con todo su ser al vendaval, sin sombra, sin cobijo, sin protección, con una dolencia, un cabreo, un desamparo que podrá durarle un minuto, unos días o toda la vida. La distancia quebrada por los desplantes abre precipicios imposibles de salvar.
Y ahora qué si la distancia es mandato redentor, coartada legal, absolución pública de la displicencia, efecto secundario de los más amargos y difíciles de afrontar. En el cuentakilómetros repiquetea la elegía del halcón, ronda como si nadie en concreto fuera la presa, sin evaluar distancias. Y no es para tanto, metro y medio queda más cerca que el quinto pino, aunque su sombra carezca de la cobertura y calidad del nogal. Ya vendrá la repoblación forestal, cuestión de tiempo. Cuestión de paciencia. Cuestión de ciencia.
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