La distancia
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Dos butacas entre Andreu y Ocón y Santos desplazada: la escenografía como metáforaFuera máscaras. Sus señorías se vieron obligadas ayer a abandonar viejos hábitos en sus comparecencias ante el Parlamento. La presidenta Concha Andreu suele ingresar en el edificio acompañada por su guardia de honor, una cohorte mermada de efectivos desde que se abrió una brecha entre ... ellos y que ayer se volatilizó. Cuando Andreu llegó a su escaño, luego de un solitario paseo, encontró a dos butacas de distancia a Francisco Ocón. Más allá, Ana Santos. Quien tardó unos minutos en corregir su ubicación inicial hasta desplazarse aún más lejos del amor presidencial, hacia la bancada contigua, un océano parlamentario respecto a su jefa. La antigua responsable de Servicios Sociales, depuesta durante la crisis, siguió la sesión cerca de Raquel Romero, lo cual también pareció pertinente según la actual correlación de fuerzas que distingue al Palacete, porque la consejera de Podemos debe estar acostumbrada a sentirse como ahora se siente Santos. Aislada. Una cruel metáfora de lo que el virus se llevó.
La unidad perdida sirvió como símbolo del pleno más raro de la historia reciente del Parlamento, inaugurado a micrófono abierto por su despistado presidente en tertulia con su antecesor. A José Ignacio Ceniceros le molestaba el alto número de asistentes que, a su juicio, acudieron a la sesión, y se extrañaba del método de selección de parlamentarios elegido, quejas que Jesús María García atendió como si hablara con el abuelo Cebolleta: encogiéndose de hombros. Una entendible dosis de paternalismo y condescendencia hacia el PP, apiadándose tal vez de la mala semana que han atravesado esas siglas. Que empezó con la sentencia que desautoriza a Alberto Bretón, secretario general del PP riojano, en su antiguo cometido como delegado del Gobierno (lo cual genera una evidente incomodidad entre algunos de sus compañeros), continuó con la mala idea de ceder a Ciudadanos el eje central de la derecha española y concluyó con el desliz del jefe máximo, Pablo Casado, en la tribuna del Congreso respecto a Haro, un bulo que no fue sin embargo lo peor de su discurso. Ah, Haro, siempre Haro: aquella playa donde encalló el PP riojano...
Esos minutos de cháchara entre Ceniceros y García fueron el único momento de distensión entre Gobierno y oposición que vivió el pleno. La vida política regional esquiva toda posibilidad de armisticio, como se comprobó en cuanto Andreu ejerció de sí misma desde el atril, de acuerdo con la norma: más ágil en la intervención inicial, con tendencia a enredarse en el turno de réplicas. El PP también fue leal a su actual estrategia, tan errática como feble, y Henar Moreno aprovechó para, por supuesto, ofrecer lo que garantiza: una sesión de ducha escocesa. Suministró almíbar a sus socios socialistas empleando el mismo minutaje que luego dedicó a administrar una cariñosa ración de estopa a ese consejero con quien no termina de empatizar, hasta el punto de verse obligada a sustituirle de vez en cuando al frente de Educación. Luis Cacho ignoraba sus dardos también como suele, pero esta vez desde la tribuna de invitados, en compañía de otros miembros del Gobierno. Otra manera estupenda de visualizar que ahí abajo, en el hemiciclo, manda Ocón. Al menos, hasta que quiera Moreno, tan explícita como es de rigor: recordando crudamente a Andreu «quién le he traído hasta aquí y a quién se debe». Nada menos. Un demagógico alegato que abrochó con alucinadas hipérboles como la que sigue: «Solo el sector público ha estado a la altura». Según su señoría, los trabajadores de Arnedo que dejaron sus ocupaciones para fabricar mascarillas eran funcionarios. Pero no lo sabían.
Ocurre que nadie sabía nada. También Andreu ignoraba, como confesó ayer en voz alta, que debería un día relevar a Santos y poner en Sara Alba todas sus complacencias. Y peor. Desconocía también la distancia que le acabaría alejando de sus viejos y queridos compañeros de viaje.
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