Mañana es la noche con más 'hype' del año. Es la que más expectativas produce, la que más emoción genera, pero también la que más exige; es la Champions de las juergas. Con la fachada bien estucada, chispeante y efervescente, hay que tirarse a ... la calle dispuesto a pasarlo mejor que nunca, a quemar las naves y el esófago, a besar y abrazar a desconocidos que te dejan oliendo a una colonia que no es la tuya y a volver de buena mañana con purpurina en la cara, confeti en el pelo y media docena de churros en la mano. Si no es así, sientes el aliento del fracaso en la nuca. Y yo, harta de fracasar casi todos los días del año, no estoy dispuesta a hacerlo también el último.

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Los que peinamos canas teñidas sabemos que divertirse por decreto ley nunca funciona, que la fiesta salta cuando menos te lo esperas, como la sorpresa en Las Gaunas, y que la risa y el pedo tonto te pueden pillar sin avisar una noche que no ibas a salir, pero te liaste. Será por eso por lo que una ya no cree en la Nochevieja, ni tampoco en los buenos propósitos para el año nuevo: tras pasar muchos eneros intentando deshacernos de lo que no nos gusta de nosotros mismos, sabemos que, poco después, volveremos a ser lo que siempre fuimos, a los libros desperdigados por el salón, a la ropa amontonada en el armario y a la cabeza loca, que ya comienzo a sentir el cosquilleo del fracaso preventivo. Por eso hay que empezar el año sin ambición alguna, solos o en compañía de otros, resacosos o serenos, con Gobierno o sin él, aullándole a la luna, o enseñándole el culo, o disparándole, y afrontar lo que viene como surja. Improvisando. Afortunadamente, no habrá otra noche como esta hasta dentro de doce meses.

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