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La dimisión como única salida
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Mario Herrera dimite porque su comportamiento en Nochevieja no fue lo ejemplar que se le debe exigir a los altos cargos de la Administración regionalHasta ayer director general de Participación Ciudadana y Derechos Humanos del Gobierno de La Rioja, Mario Herrera ha tardado 27 días en dimitir del cargo que ha ocupado durante los últimos 15 meses en la Consejería de Igualdad, Participación y Agenda 2030. Desde el pasado 1 de enero, cuando trascendió su implicación en un accidente de tráfico del que huyó tras abandonar el coche que conducía y sin dar antes aviso a ninguna autoridad, todas las fuerzas políticas de la región sin excepción –incluida la suya, Podemos–, le habían exigido el cese por dimisión o destitución por un comportamiento inapropiado para un cargo público. Ahora dimite, aunque sin dar explicaciones sobre un suceso a cuya turbiedad ha colaborado con su pertinaz silencio más allá de una sucinta versión de lo ocurrido, que aportó en una red social, que solo contribuyó a fomentar las especulaciones. Dimite demasiado tarde, porque su comportamiento tras el suceso de Nochevieja habría exigido una asunción inmediata de responsabilidades, acompañada de su carta de renuncia. Y dimite hilvanando un guion de excusas que hace descansar en las amenazas recibidas que, según dijo ayer, ha denunciado ante la Policía, y en un rosario de insultos, invectivas y burlas de las que ha sido objeto en las redes sociales, según los documentos que ha aportado en la misma denuncia. Amenazas intolerables y reprobables en cualquier grado sobre las que la Justicia habrá de pronunciarse con todo su rigor; y agravios y vejaciones igualmente censurables; tanto, sin duda, como las que el propio Herrera firmó contra rivales políticos en esas mismas redes sociales y por las que ya tuvo que pedir disculpas.
De entre todas las opciones que Herrera tenía ha elegido, posiblemente, la peor. Puesto a no dar explicaciones, podía haber optado por pedir disculpas en su adiós o, simplememente, haber hecho mutis por el foro. Pero ha pretendido desviar la atención denunciando una campaña en su contra y banalizando conceptos como 'fascismo' o 'muerte de la democracia' de manera impropia y exagerada. Como si hubiera olvidado en algún momento que ha sido todo el espectro político el que ha exigido su cese, incluidos los partidos que anudan el Gobierno regional del que formaba parte. El mismo Ejecutivo que ayer se limitó a manifestar su respeto por la decisión, además de condenar las amenazas denunciadas. El Gabinete al que el asunto se le había atragantado como para no poder disimular su incomodidad con la presencia de Herrera en el organigrama. Y que en su entorno no ocultaba una grave preocupación por las consecuencias que para la salud del pacto tripartito de Gobierno podría haber tenido que la presidenta Andreu hubiera elevado el tono de la exigencia de destitución del director general hacia su consejera, y principal valedora del saliente, Raquel Romero.
Herrera dimite porque no le quedaba otra salida, lo diga Agamenón o su porquero. Porque su comportamiento en Nochevieja no fue lo ejemplar que se le debe exigir a los altos cargos de la Administración regional. Un asunto que debería haberse sustanciado en horas, porque nadie es ajeno a una mala decisión, había empezado a afectar al Gobierno y a su imagen, a cuya buena reputación en nada contribuyó el abuso que de ella hizo ayer el dimisionario en su impostado anuncio. La institución está obligada a velar por su nombre y su prestigio y no debería haberlo tolerado. Quizás fue un reflejo ingobernable del respeto que ésta le ha merecido a Herrera desde que desembarcó hace 18 meses en Logroño para buscar un acuerdo en nombre de Podemos, un partido que hoy también le repudia.
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