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La ejecución por la CIA con el uso de un dron de Ayman al-Zawahiri, al que EE UU había identificado como el líder de Al Qaeda tras la operación que acabó en 2011 con Osama Bin Laden, descabeza la organización terrorista abriendo el interrogante ... sobre hasta dónde llegan las conexiones del grupo con el régimen de los talibanes asentado de nuevo en el Agfanistán abandonado hace un año por el Gobierno de Joe Biden; y, al tiempo, reactivando el dilema moral sobre cómo la Casa Blanca ha puesto coto al cerebro de los atentados del 11-S que masacraron a 3.000 personas. La afirmación de Biden felicitándose porque «se ha hecho justicia» no puede ser asumible en esos términos por más que el ajusticiado fuera alguien acusado de los delitos más execrables. El hecho de que el jefe de filas de Al Qaeda haya caído en su refugio en Kabul incentiva las sospechas de una connivencia con los talibanes que no solo vulneraría los acuerdos con el integrismo afgano invocados por la Administración estadounidense para justificar su caótica salida del país en agosto de 2021. Subrayaría el coste de una renuncia que ha retrotraído al país a las lacerantes vulneraciones de los derechos humanos, sobre todo los de las mujeres.
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