Fue Mariano Rajoy el que lo verbalizó en un arrebato de sinceridad la víspera de un 12 de octubre: «Mañana tengo el coñazo del desfile». Se le escapó delante de un micro abierto que universalizó el desliz. Lejos de provocar escándalo, cosechó algunos memes y ... mucha solidaridad, tal era el nivel de compadecimiento de la calle. Porque al ciudadano de a pie le apetece encontrar, entre tanta impostura de su clase política, posos de sinceridad. El caso es que don Mariano se había limitado a dar fe de una realidad incontrovertible: el desfile es un coñazo. Viene a la cabeza el sucedido mientras trato de seguir el debate sobre el estado de la región versión streaming, que me permite bostezar indisimuladamente y a demanda. No fue la sesión inaugural peor que las de años pretéritos. Ni serán distintas las próximas ediciones. El formato no da ni para contrastar la capacidad retórica de sus señorías, cosa que, ya puestos, estaría bien. Pero ni eso. Pocas cosas hay menos apasionantes y más soporíferas que un debate de este pelo. La definición perfecta ya la dio Rajoy: un coñazo.
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