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Los restos se alinean de forma irregular, como trazos de grafito sobre una tierra ocre y ácida que ha intentado, sin lograrlo, destruir la memoria de los muertos». Era el verano del 2010 en La Pedraja. Los forenses se aplicaban con una delicadeza extrema en ... desenterrar y personalizar cada uno de los miles de huesos que se alineaban en una fosa sin nombres pero con hombres. 74 años después, me tocaba describir un acto de dignidad y de reparación. Nada más. Los muertos deben ser enterrados para cerrar el duelo. El ser humano lo necesita.
En esas fechas conocí a Bernabé Sáez, que entre esos restos de La Pedraja buscó y encontró a su hermano y pudo morir en paz. O a Javier Bartolomé, nieto y sobrino de fusilados, que quería dar sepultura a sus familiares. Historias que por fin se cerrarán.
Ayer terminé un libro titulado 'Los jardines del presidente', donde disidentes son asesinados vilmente y enterrados con delicadeza por un humilde campesino que mantiene así su dignidad y su memoria. No es otro libro sobre la Guerra Civil, sino sobre el Irak de Sadam Husein. La misma historia. Idéntica necesidad.
Me duele que las familias de aquellos muertos de nuestra España no hayan podido o hayan tardado décadas en honrar a sus difuntos y que a algunos se les revuelva el estómago cuando por fin lo logran o cuando piden ayuda para emprender la búsqueda. Se les revuelve el estómago, pero nunca el alma.
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