El yayo Tasio trata a todo el mundo de usted. Es una costumbre legada por su padre, que a su vez había recibido de sus ancestros y que seguramente provenía de más atrás. Da igual la edad o la condición de su interlocutor si lo ... trata por primera vez. El abuelo se dirige a él (o ella) de usted, y solo si en el transcurso de la conversación ella (o él) así lo solicita, Tasio cambia el registro y recurre al tuteo. Su hábito genera situaciones insólitas para los estándares de falta de urbanidad y exceso de barriobajerismo que abundan. Más aún, a la vista las canas y arrugas que gasta Tasio. Se planta por ejemplo en una frutería cualquiera, hay un chaval detrás del mostrador y le pregunta si usted podría por favor servirme un kilo de kakis. El aludido muchas veces se queda noqueado. Desacostumbrado a que alguien le llame algo distinto a «eh, tú» y quizás un tono despectivo, la estupefacción sube de temperatura cuando ve que quien le habla es una persona tan mayor. En vez de llamarle la atención sobre el detalle o reconducirlo hacia la confianza, a veces se genera una reacción singular. El interpelado devuelve a Tasio el mismo tratamiento y la conversación adquiere un regusto formalista, aterciopelado, como de otros tiempos. Cuando le pregunto al yayo por qué no trata de tú a los demás, le cuesta encontrar una razón más allá del uso inculcado. Una cuestión de educación y respeto, concluye al rato. Lo que usted diga, es lo único que llego a contestarle cayendo en la cuenta de que, aunque no conste en ningún testamento, ya tengo parte de su herencia.
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