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Entre algunos de los componentes de mi cuadrilla, ha sido tema de comentario esta semana el reciente caso de esa estudiante a la que se le ha prohibido en un principio la entrada al museo parisino de Orsay debido al volumen más bien grandioso de ... sus domingas. Enseguida habrán comprendido los juiciosos lectores que semejante veda no se abrió porque la dueña de la estudiosa delantera no cabía por la puerta principal y ni siquiera por la de servicio sino a causa de las estrechas –en mi opinión– normas de entrada en la citada pinacoteca.
Abundando en el tema, las cuatro damas de nuestro grupo que en esa jornada festiva daba buena cuenta de varios pinchos en una terraza de El Raso calahorrano, manifestaron que no entendían a qué venía tal privación cultural a Jeanne, puesto que pecheras tan copiosas como esas e incluso más son portadas diariamente por sus propietarias en múltiples localidades de esta comunidad autónoma, sin que ello conlleve una restricción de acceso a comercio, restaurante, cine o concierto, por ejemplo.
Pienso que no me equivoco demasiado si escribo que precisamente muchas de las galerías artísticas más famosas del mundo albergan amorosamente obras maestras –tanto de pintura como de escultura– que dejan pálida a la hermosa pechuga de la muchacha francesa, a la que se facilitó la semana pasada una chaqueta para conseguir acceso a la artística mansión.
No está de más conocer asimismo que a finales del siglo XVIII la extraordinaria colección real española de desnudos femeninos y masculinos estuvo a punto de perecer quemada por la pacata y desacertada influencia del confesor de Carlos III, el inquisidor franciscano Eleta, y fue confinada y custodiada en lugar aparte por el pintor Bayeu, cuñado de Goya; este tuvo acceso como pintor de cámara a esas maravillas ocultadas de Tiziano, Tintoretto, Veronés, Rubens, etc., que guarda hoy El Prado. Corrían los calientes tiempos en que la reina María Luisa de Parma se desvanecía ante los pectorales del favorito Manuel Godoy, aquel comendador de la Orden de Santiago tan guapo en el retrato del goyesco Agustín Esteve
Acabo estas líneas renovando mi ligerísima perplejidad por lo ocurrido y prometo visitar antes de fin de año El Prado, desabotonarme en la puerta los cinco botones superiores de la camisa y, una vez dentro, fijarme en cómo se extasía ante la visión de mis pectorales de gimnasio la de Parma, esa que forma parte del cuadro La familia de Carlos IV de Goya. Más suerte la próxima vez, Jeanne; ya es hora.
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