Pedro Sánchez atraviesa horas bajas, no es un secreto. Yo creo que debería mirárselo, pero él se resiste. Los problemas políticos que a veces da la sensación que encara con placer a pesar de la mala suerte que le persigue, no cesan. Son su pan ... nuestro de cada día, porque, aunque sea él quien los crea y afronta, la realidad es que a quien afecta es a todos los españoles, sean cuales sean nuestras ideas políticas. A pesar de la crítica generalizada que su gestión crea, a veces despierta pena. Nunca es agradable ver que a otros les vayan mal las cosas, empezando por las familiares, que siempre son las más dolorosas. Pero las cuestiones familiares, de las que nadie está libre a veces para bien y a veces para mal, es mejor dejarlas en sus manos y de los jueces y lo mínimo que cabe desearle es que las consiga afrontar con suerte. Son las políticas las que requieren atención general, conceden el derecho a reivindicar su solución y a condenarle por los errores que le conciernen. A pesar de haberse empeñado y logrado asumir el poder pagando apoyos propicios a incumplir la legalidad constitucional y enfrentados entre sí por cuestiones ideológicas y enemistades tradicionales, el resultado no puede ser más negativo: 32 derrotas en el Congreso y gobernar sin Presupuestos.
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La suerte ya no le acompañó en las elecciones generales. Perdió en las autonómicas, regionales y europeas y trata con unos socios de investidura que cada mañana exigen la paga por mantenerle en el poder, desde amnistía para golpistas y terroristas hasta romper las cajas nacionales para proporcionar más medios económicos a sus rivales.
La única alegría que ha vivido en más de un año fue la victoria del Partido Socialista en Cataluña frente al independentismo que no ceja en su empeño de romper el país para repartirse las pompas y vanidades bien remuneradas, además. Porque la pela es la pela, también entre los independentistas gobernando un pequeño Estado olvidado en el complejo político mundial. Pero al final el triunfo también se le ha vuelto en contra. Los independentistas no reconocen su victoria, unos reclaman la caja de los impuestos y los otros, capitaneados por Puigdemont, el primer beneficiado por la costosa amnistía, amenaza con asaltar la frontera para participar en de la investidura en una actitud prepotente de reto a la justicia y exigiendo al presidente que prohiba a los jueces cumplir con el deber de ejecutar su detención. Además de cómplice, humillado por los amnistiados dispuestos a quitarle el poder que contribuyeron a conseguirlo.
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