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El poder es una tentación cara, siempre lo ha sido, y a muchos hasta les costó la vida. A Pedro Sánchez, que es quien ahora lo detenta en España, a pesar de la inflación le salió bastante barato. Supo aprovechar una oferta que le ofrecía ... el secesionismo con la ventaja tentadora del pago aplazado. Claro que los acreedores, cinco partidos independentistas, ansiosos de saldar el trato para marcharse, no le van a dar mucho tiempo ni fáciles condonaciones para liquidar la deuda adquirida.
En política, los partidos separatistas, y en España hay muchos, algunos con experiencia, solo negocian con un objetivo: independizarse para administrar la cuota territorial de poder que les toca en contra de las demostradas ventajas que proporciona la unidad entre los pueblos y ciudadanos. En la práctica totalidad de los países, el independentismo político y social es rechazado o, como mínimo, tolerado, pero nunca estimulado. Tenemos muchos ejemplos.
Mirando el mapa observamos que hay movimientos independentistas en más de sesenta países y en ningún caso son bien vistos por los gobiernos ni el resto de los ciudadanos. Lo mismo son contemplados como un problema en Canadá, Francia, Rusia, Alemania, Nigeria, que en los Estados Unidos o China, por no hacer la lista larga. España era uno de ellos hasta que de pronto se han convertido en una excepción: lejos de ponerles frenos democráticos y judiciales que les impidan saltarse las leyes, se compran sus ambiciones y se les brindan estímulos para seguirlo intentando.
Lo mismo los que han recurrido a un golpe golpe de Estado que los que asesinaron a diestro y siniestro a personas inocentes para apoyar las pretensiones en el terror, no sólo son amnistiados o indultado, a cambio de un respaldo a la investidura de Sánchez, adquieren el derecho a seguirlo intentando siempre a través de sus servicios prestados al poder democrático. Ni uno solo de los beneficiados ha contribuido a la tranquilidad global ni siquiera con una expresión de renuncia a seguir promoviendo el incumplimiento de la Constitución que nos une y fomentando la división entre los españoles.
El presidente Sánchez se ha vuelto magnánimo con los independentistas cediendo las prebendas del poder a cambio no poder pisar la calle sin escoltas que le eviten los abucheos y el escándalo. El coste económico de la operación correrá por cuenta de los impuestos de todos junto a la renuncia forzada, y siempre dolorosa para la dignidad nacional, a la imagen que España había superado tras tantos años de dictadura. La de la ambición del poder personal, vuelve a empañarla.
Mientras Sánchez se rodea y apoya en los partidos que ambicionan la división del territorio histórico nacional, tratándose del extranjero su voluble opinión contrasta con la defensa de la unidad de vecinos y amigos, ayudando que el Sáhara se integre en Marruecos o guardando silencio ante la ambición de Maduro de romper la Guyana para acrecentar su poder con la anexión de la región del Esequibo a Venezuela.
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