La ambición del poder no es nada nuevo, basta repasar la historia para asegurarlo y en la actualidad, a pesar del progreso, de la cultura y de principios éticos e intelectuales de igualdad que se van imponiendo, la realidad es que nada ha cambiado. Las ... sociedades están en manos de su suerte política y la política, tan necesaria para la convivencia, ha encontrado su mejor sistema de gobierno en la democracia. La democracia es una ambición generalizada de los pueblos difícil de conseguir y de conservar en sus principios fundamentales. Pero la democracia tiene enemigos que la degradan –aparte de la fuerza de las armas que le impiden ejercer en la mayor parte del mundo–, empezando por las ansias que despierta el ejercicio del poder compartido en su reparto en los principios organizativos de los Estados modernos hasta degenerar en ambiciones para las que no existen límites. Estos días asistimos al triste ejemplo de la situación en Venezuela, donde Nicolás Maduro no regatea actuaciones delictivas graves para seguir ejerciendo un autoritarismo que nunca obtuvo por sus propios méritos.
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Las dictaduras, que ejercen el poder absoluto, son un resultado de las armas, pero la degradación de las democracias sin llegar a recurrir a la fuerza de las armas está demostrándose que también se neutralizan por otros métodos más sutiles, aunque igualmente eficaces. Y algo de esto está ocurriendo en España. Tenemos un Gobierno de un partido dividido y de una sociedad multiplicada. Pedro Sánchez intenta gobernar con los mismos poderes que, duro resulta recordarlo, ejercía sin límites el dictador Francisco Franco. Él lo ganó en una guerra que causó medio millón de víctimas y sus sucesores, después de una envidiable etapa de usufructo de los principios democráticos, intentan frustrarlo con recursos utópicos, como es la coalición de partidos contradictorios que se reparten intereses dispares y, sobre todo, mentiras y trampas.
Sánchez se olvida a diario de que tanto en su acceso al cargo como en las consultas electorales posteriores siempre fue derrotado, lo mismo que le ocurre en el Congreso, donde la mayor parte de las docenas de propuestas que formula son rechazadas hasta por sus propios socios, todos recompensados ya con prebendas variadas y atención a sus exigencias siempre a costa de la carga fiscal de todos que tanto estimula la crispación ante las desigualdades. Para la democracia es algo muy deprimente. Sería muy interesante saber cuántos ciudadanos habrían aprobado con su voto un proyecto de gobierno tan poco democrático concentrado en torno a la conservación del poder de su presidente.
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