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Pedro Sánchez, próximo candidato a repetir como presidente del Gobierno, ha prometido que los españoles vamos a ser libres e iguales. Es una buena promesa -¿dónde hay que firmar?-, esperemos que esta vez no cambie esa intención. Y de antemano le pido perdón por tomármelo ... con alegría no exenta de cautela. No hace mucho también aseguraba que un golpista cobarde como Carles Puigdemont nunca podría regresar a España sin responder ante la Justicia por saltarse la Constitución y enseguida salir corriendo. Ahora busca flexibilizarla para para amnistiarle, convertirle en un español igual que todos los que siempre la han respetado y a cambio ser investido .
En fin, si la igualdad es adaptable a las exigencias del mercado por el poder, ¿qué podemos decir de la libertad? Libertad para qué, ¿para delinquir, igual que los asesinos de esposas o delincuentes que violan a niños o ladrones que te despojan asaltando viviendas? La idea de que todos disfrutemos de libertad para expresar nuestras ideas y opiniones en voz alta es excelente. Pero algunas veces observamos que en el entorno del propio Sánchez se observan algunas excepciones. Estos días la verdad es que quien más quien menos expresa su opinión sobre lo que está ocurriendo en el ámbito de la política y es lógico, porque es algo que nos afecta o afectará en el futuro a todos. En función de eso hemos votado en julio y elegimos a nuestros representantes.
Lo extraño es que todo el mundo opine con la excepción de los propios políticos que hemos elegido, que diputados y senadores, no aprovechen su libertad de expresión, que el presidente con tanto énfasis destaca, para que expresen lo que piensan sobre las cuestiones que están agitando a la opinión pública. Dan ejemplo los líderes del socialismo que nos sacó de la Dictadura asumiendo el riesgo físico. Pero ahora sorprende que sean una excepción. Últimamente los parlamentarios del PSOE, el partido histórico que ya se anticipó muchos años a esta promesa de libertad como principal partido de la consolidación democrática, se resistan a hablar, a exponer sus ideas renovadas o consolidadas que a los votantes nos gustaría mucho escuchar.
Realmente este silencio unánime de los diputados y senadores socialistas despierta temores y, como nos han acostumbrados a ser mal pensados, a que acabemos sospechando que a diferencia del resto de los ciudadanos, su libertad está hipotecada. Lo suyo es aplaudir, respetar las exigencias de Puigdemont que tiene la llave del poder, y preservar sus discrepancias para mejor ocasión. Conservar el asiento tal parece que les exige tener la boca callada, no vaya a ser que comentan alguna imprudencia. Mejor que no incomodar a quien les incluyó en las listas que responder a las exigencias de quienes les votaron, no vaya a ser que fracase de nuevo la investidura, se disuelvan las Cortes y no se vuelva a candidatar en las elecciones posibles de enero.
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