La aprobación momentánea de la amnistía en el Congreso la semana pasada no ha resuelto ningún problema, todavía habrá que esperar a ver que se pronuncie la Justicia, española y europea, que algo tienen que decir sobre la decisión más polémica desde que la Constitución ... confirmó la democracia en los años setenta del siglo pasado. Pedro Sánchez, primer presidente del Gobierno que desde entonces accedió al poder habiendo perdido las elecciones, no concede mucho valor a la aritmética democrática ni a la opinión pública, ajena a su círculo de colaboradores y seguidores, parece haberse olvidado que en la votación de los diputados de los partidos que tiene contratados para respaldarle la propuesta, apenas ganó por dos votos de los 350 que integran la Cámara.
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A pesar de este dato revelador, el presidente, que lo mismo miente en las promesas que ensalza sus supuestos aciertos, se mostró eufórico argumentando que había conseguido la concordia entre todos los españoles que, él contribuyó a dividir desde que asumió un poder merecedor de mayor respeto a las instituciones y a la libertar de pensar de las personas, incluidos los militantes de su partido sometidos a unas restricciones que recuerdan con pavor algunos métodos de la inolvidable Dictadura. Las encuestas no son técnicamente exactas, pero en lo que tienen de reveladoras reflejan datos tan elocuentes como el que anticipa que casi la mitad de los votantes socialistas reivindican elecciones anticipadas.
Sánchez, que ignoramos si renuncio a su sueldo del Estado los días que se tomó libres para reflexionar, se supone que habrá aprovechado para pensar sobre su conformidad con la amnistía precipitada al golpista Pugdemont y sus cómplices -algo, todo quiero decirlo, que tendría que producirse en algún momento, pero claras condiciones- y la impensable y desafortunada reacción de los beneficiados. Lejos de mostrar algún detalle de gratitud o cuando menos de silencio temporal, su reacción ha sido la contraria: nada de reconocimiento ni de compromiso a cambio, las palabras que se escucharon fueron de amenaza con repetir el desafío al Estado, de desprecio a quien lo ejecutó con cargo a su dignidad personal, y al resto de los ciudadanos que lo estamos permitiendo, aunque sea sin entusiasmo.
La imagen que Sánchez está proyectando, y no sólo en España -también internacionalmente donde era considerado una promesa comunitaria futura- ante la pasividad ante los agravios que lleva a los mal pensados a comentar en los corrillos si intelectualmente será masoquista. La realidad es que vive empeñado en iniciativas entre absurdas o extemporáneas, como ha sido el reconocimiento precipitado del Estado Palestino que le está proporcionado un alarmante respaldo al terrorismo y un enemigo muy poderoso y suspicaz como Israel que con todos los defectos que quepa atribuirle tiene a su favor el recuerdo del pasado y del asedio, primero de todo el mundo árabe y ahora la amenaza de los terrorismos que intentan borrarlo del mapa y, como parece que desearía una vicepresidente, echar a todos los judios al mar sin preguntarles siquiera si saben nadar.
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