Koldo García, exasesor del exministro socialista José Luis Ábalos, a la salida de la Audiencia Nacional este jueves. EFE

Forrarse con la salud de todos

De repente la escasa capacidad que nos queda para sorprendernos se viene abajo cuando una noticia alerta que la corrupción no había terminado, sólo había tomado vacaciones

Miércoles, 28 de febrero 2024, 00:35

Llevábamos algún tiempo la mar de encantados creyendo que la corrupción política había terminado. El paso por la cárcel nada menos que de un vicepresidente del Gobierno, varios ministros y unos cuantos presidentes autonómicos invitaba a creer -¡qué ingenuos!- que el miedo al riesgo que ... representa apropiarse de lo público habría cundido entre las nuevas generaciones de políticos y que, el que más y el que menos, habían renunciado a enriquecerse aprovechando las oportunidades ilícitas que proporciona al poder.

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Apenas el caso aislado protagonizado en Canarias por el inefable Tito Beni nos recordaba lo que fueron las legislaturas anteriores en que la corrupción monopolizaba la actualidad nacional. Pero estábamos bastante equivocados: la corrupción no había terminado con la investidura de un Gobierno armado sobre mentiras políticas, pero de perfil honrado. Hasta que de repente la escasa capacidad que nos queda para sorprendernos se viene abajo cuando una noticia alerta que la corrupción no había terminado, sólo había tomado vacaciones.

Estos días de crisis institucional incontrolada, salta la chispa de un nuevo escándalo de corrupción abierta, con múltiples ramificaciones aún sin explorar, y su epicentro en uno no de los ministerios más importantes del Gobierno, con un ministro entonces poderoso, de máxima confianza del presidente, que compatibilizaba las responsabilidades ejecutivas con el control del partido en el poder. La corrupción es un delito con orígenes diversos y variantes que incrementan su gravedad. Siempre es punible y deleznable y más cuando aprovecha la confianza de la sociedad para saquear los bienes públicos.

Pero este último escándalo, en que emerge un tal Koldo García, apenas conocido por los visitantes de un club de alterne de Navarra, promocionado como cabeza visible de la trama y líder servicial de los altos cargos, desde el exministro y diputado José Luis Ábalos para abajo, incluido el negociador con los golpistas Santos Cerdán entre varios cargos más de alto rango como la presidenta del Congreso. Con semejantes sospechas la corrupción cobra de nuevo una gravedad especial y no sólo por los nombres de quienes despiertan dudas de complicidad, sino por el momento y las circunstancias que reúne.

España, como el resto del mundo, vivía aquellos días de 2020 bajo el terror que creaba la pandemia sanitaria más grave que se recordaba. Miles de personas morían víctimas de la covid e intentábamos sobrevivir con los escasos remedios que la ciencia ofrecía para evitarla. Las mascarillas, lo único que brindaba protección ante el contagio propio y la transmisión al ajeno, se convirtieron en el recurso, ambicionado, caro y escaso que había.

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Eran las circunstancias que los avispados nuevos corruptos aprovecharon para intentar monopolizar el turbio negocio que se abría al tráfico de influencias y especulación. Koldo y sus cómplices por arriba y por abajo, enseguida controlaron las importaciones de mascarillas, de controlar la responsabilidad pública de ponerlas al alcance, e intervenir el mercadeo para forrarse con millones en el intento: forrarse… ¡a costa de la salud de todos!

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