A Pedro Sánchez se le amplia la sonrisa cuando en medio de tantas contrariedades como se supone que le alterarán el sueño le susurran al oído los datos actualizados de la evolución económica. Y razones aritméticas no le faltan para compensar los restantes sinsabores y ... malos presagios que van lastrando todos los días su gestión. Tirando de cifras oficiales, incluso tiene motivo para presumir.

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La economía, que salió lastrada de la pandemia, está recuperándose a un buen ritmo, entre los mejores de la Europa comunitaria. El año pasado creció al dos y medio por ciento y en lo que llevamos de año, el PIB mejoró el 3,4, lo cual contrasta con el 1,3 de Francia, el 1,4 de Italia y el desastre a Alemania que se mantiene en el cero por ciento. La conclusión es optimista. Luego vendrá el análisis de las razones y la conclusión del resultado.

Son datos que contrastan con su repercusión entre la realidad de las economías familiares y las personas. La pregunta lógica es cómo están mejorando las condiciones de vida de la mayor parte de la población. Es evidente que favorecen a unos, lamentablemente los menos. La aritmética económica revelada responde a la situación de unos pocos, sin incluir a los que cuentan con situaciones boyantes, y descartar a los ricos que son una minoría aparte.

La inmensa mayor parte de los cuarenta y ocho millones de españoles que incluye el censo no tienen la suerte de disfrutar de estas mejoras que reflejan los informes oficiales. Por el contrario, la realidad es que los índices de pobreza han aumentado sensiblemente y no se vislumbran indicios de que su situación vaya a mejorar a corto plazo. Más del veinte por ciento de las familias no ingresan lo mínimo para llegar a fin de mes y para hacer la compra.

Todavía hay más de dos millones de desempleados y muchos jóvenes próximos ya a la treintena que no pueden independizarse de la familia ni casarse. La escasez de vivienda y la imposibilidad de pagar el interés de una, si es que se tiene la suerte de encontrarla, se vuelve imposible con los sueldos normales. Con un sueldo de mil doscientos o trescientos no es posible pagar ochocientos por un minúsculo apartamento y seguir comiendo y cenando todos los días, además del resto de los gastos cotidianos.

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La escasez de viviendas asequibles a trabajadores con salarios normales desmiente toda la mejora que gracias a diferentes factores – entre los que cuentan las aportaciones europeas – no pueden ser considerados que estemos mejorando. Hay miembros del Gobierno que tiran de demagogia para mantener sus votos proponiendo disparates como el de arreglar la situación rebajando las horas de trabajo.

Es algo que apetece a muchos eso de reducir la jornada laboral a cuatro horas, por supuesto sin considerar cómo afectaría a nuestras vidas cotidianas. Pensar el problema que supondría que los servicios públicos cerrasen las ventanillas cuando acaben los turnos de los funcionarios es a priori un disparate igual que los propios centros comerciales tuvieran que cerrar las puertas cuanto terminase el turno de los empleados.

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