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Estamos viviendo unos días sin precedente. Con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, EE UU ha pasado de ser la potencia más ... influyente del mundo a una verdadera máquina de decisiones y amenazas para la que no existen límites ni fronteras. Que Trump era un personaje ambicioso, autoritario y carente de escrúpulos en su afán por ganar dinero y exhibir popularidad ya lo había demostrado antes de inmiscuirse en la política. No tardó en confirmar sus ambiciones, más cuando, respaldado por millones de votantes que comparten sus bravatas y demagogia ultra nacionalista, alcanzó el poder no sólo de su país, donde ya había demostrado sobradamente su condición psicópata, sino también universal. Durante su anterior mandato todas las barbaridades que protagonizó desencadenaron escándalos que el tiempo fue amortiguando.
Cuatro años después, su pretensión de ser reelegido se frustró en las urnas de una manera clara con una derrota que él, en su carencia de principios democráticos que nunca había compartido, rechazó. Lejos de asumir la realidad, volcó todo su empeño en desacreditar a los encargados de los recuentos, en acusar en diferentes Estados de pucherazos y provocando incidentes que culminaron en lo más imaginable, un intento de golpe de Estado para recuperar el poder sin precedente en ninguno de los 45 presidentes que le habían precedido.
Pero cuando llegó el momento de intentar vengarse, cuando surgieron nuevas elecciones, la férrea defensa de sus fanáticos, bien respaldados por la clase multimillonaria que se disputa la autoridad mundial del dinero y especialmente el desastre de la oposición demócrata que no acertó a encontrar un candidato con la premura y la falta de ideas claras de frenar sus posibilidades de éxito, acabó siendo el vencedor, en medio de los pésimos recuerdos de su pasado. Agravado por su afán de venganza, su carencia de conocimientos e insensatez, se ha estrenado ostentando su capacidad para firmar ordenes ejecutivas (decretos) contra un reloj que no apremiaba lo que desencadenaría un desastre muy difícil de encarrilar.
En cuestión de horas dejó claras pretensiones tan absurdas como adquirir territorios ajenos, cambió de golpe las relaciones con el resto de los países aliados, se precipitó a expulsar en vuelos militares a trabajadores extranjeros, cambió a sus amigos por sus enemigos y, como ha descrito enseguida la opinión pública, dio la vuelta a la estabilidad precaria que disfrutábamos para poner a un mundo que requiere mantenerla patas arriba.
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