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Durante un largo rato estuve dándole vueltas al titular de este artículo: dudaba entre «democracia familiar» o el que al final encabeza estas líneas. Al final llegué a la conclusión de que en el fondo el calificativo dudoso era válido para reflejar la impresión que ... produce a la mayoría de los españoles las posibilidades que incluye el sistema que se nos ofrece ante el momento cumbre de hacer nuestra aportación a la práctica democrática: las votaciones libres, sometidas a las líneas ideológicas de los partidos que concurren con los nombres intocables que aparecen en las listas.
Dentro de unos días comenzará la campaña de inauguraciones de obras en calles y plazas que nos recordará que dentro de pocas semanas tendremos elecciones municipales y autonómicas y, entre tanto, que comenzará la batalla entre los profesionales de la política, da igual del nivel que proceda en cada etapa, por colocarse en las listas ,especialmente en los puestos de elección segura. Ocurrirá lo mismo a finales de año, cuando se abra el proceso de las presidenciales. Es la inquietud máxima de muchos de los que optan a ejercer la política.
Hasta aquí, todo puede parecer normal si no reparamos en la frecuencia con que se repitan los nombres de los aspirantes en las listas, como si la práctica democrática cumbre fuese un monopolio. Y la realidad es comprensible: es más fácil acceder a un puesto de diputado, senador y de ahí para abajo que conseguir superar una oposición para, después de aportar títulos y expedientes académicos, conseguir un puesto de maestro rural o médico de familia en una aldea remota de la geografía nacional.
La política es una actividad honrosa e imprescindible si respondiese a principios fundamentados en la voluntad de servir al bien común y hacerlo con capacidad para ayudar a conseguirlo. No lo es cuando se convierte en un oficio adicto que consiste en ser dócil, asentir a lo que se viene de arriba y, llegado el momento, renunciar a los propios principios para votar siguiendo la indicación que ordenan con las manos los portavoces.
Excluidos los líderes máximos, un elevado porcentaje de nombres que votamos son desconocidos, cuyos méritos o cualidades ignoramos, y los elegimos simplemente porque por razones diversas son incluidos en las listas para compensar méritos partidarios. La democracia proporciona libertad, pero en su ejercicio se ha convertido en un círculo de profesionales cuya principal actividad mantiene como objetivo conservar el puesto y si cabe mejorarlo. Esta situación es sin duda la que genera el desinterés que la política de círculo cerrado despierta y que entre los 46 millones de españoles una buena parte se abstenga de participar ni siquiera se moleste en acudir a las urnas a votar nombres que les vienen impuestos.
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