El agitado proceso de formación del nuevo Gobierno ha creado una incertidumbre fundamentada sobre la evolución que los intereses concretos y discrepantes entre sus bases políticas crean. Cuatro años por delante bajo la desconfianza que de partida propicia el poder constituido –incluso con dudas sobre ... su respeto constitucional– es mucho tiempo. Los temores están justificados, aunque por el bien de todos es recomendable esperar, pero mientras tanto se impone verificar que cuando menos el Estado de derecho no se desarme, la unidad territorial no se rompa y la difícil democracia conseguida no se frustre.

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Los hechos que se vienen sucediendo con velocidad de vértigo impiden pensar, personal y colectivamente. ¿Está fallando más que la democrática nuestro sistema democrático construido en momentos de tránsito muy difíciles y con urgencia imperiosa? Algunas veces sentimos la sensación de que los partidos, muchos con miras cortas, la limitan, la encierran.

La sensación que dejan los tejemanejes para repartirse el poder deja el temor de que el voto individual no haya servido para nada e incluso que sea utilizado, como está ocurriendo ahora, para lo que menos se deseaba. ¿Cuántos votantes socialistas no estarán horrorizados de haber metido en la urna una papeleta que está siendo utilizada para que unos terroristas sean despenalizados y el autor de un intento de golpe de Estado, amnistiado? Las negociaciones entre partidos que con frecuencia autodesacreditan a los políticos con sus mentiras es deprimente.

Comprobar que las personas que nos gobiernas recurren al engaño no ofrece tranquilidad ni respeto. Sabemos que la política a pesar de su importancia es una actividad desacreditada. Echando la vista atrás de lo que acaba de ocurrir para que Sánchez prolongue su autoridad, de la que había salido poco airoso, invita a plantearse algunas cuestiones que entran en el siempre arriesgado terreno de la condición humana. Una es la pregunta que surge en el análisis entre los recuerdos y las consecuencias que los mantienen vivos.

¿Es posible – cabe preguntarse – que 179 políticos de tan variadas militancias y contradictorias ideologías hayan renunciado a permanecer en silencio durante más de un mes y a pronunciarse con actitud de manada? Legal, por supuesto, pero ¿dónde está la libertad individual, qué sistema de mentalización colectiva los ata cuando median intereses? Solo ocurre en Cuba, Venezuela, Corea del Norte o Nicaragua. Ocurría en la URSS y a lo que no queremos volver en las Cortes orgánicas del franquismo.

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