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Quedan pocos días, apenas horas, para las elecciones que nos saquen de la confusión que estamos atravesando desde que la pandemia cambio el rumbo de nuestras vidas. Ahora toca esperar a que algo así no se repita y que podamos superar sus secuelas y recuperar ... la normalidad frustrada. Resulta evidente que ante un accidente universal como fue la covid no se puede responsabilizar a los políticos, sean de la ideología que sean, que en esos días nos gobiernen. Si acaso, por supuesto, de la diligencia y el acierto con que sepan reaccionar para encontrar remedios y paliar los daño. Pero esto ya es historia y ahora lo que toca es afrontar el presente y sobre todo encarrilar el futuro.
Las elecciones del 23 de julio abren un camino en la política para afrontarlo. Por mucho que las encuestas hagan previsiones de cambio o continuidad habrá que esperar. Los políticos entre tanto siguen empeñados en convencer a los votantes de que todo depende del acierto de su elección y, lo que es más deplorable, no solo de la mayoría de los sufragios también de los apaños posteriores que la aritmética parlamentaria facilite el acceso al poder.
Estas semanas hemos asistido a la batalla por la conquista del voto y, lamentablemente, sin que a los ciudadanos se les clarifique lo que cada partido hará para atender las necesidades y problemas a que se enfrentan cada mañana. La frialdad de las cifras, lo mismo se recrean ante los éxitos como empalidecen nuestra sensibilidad recordando las que sintetizan los casos de pobreza. La mayoría de los políticos se equivocan creyendo que lo que interesa y moviliza la opinión son las luchas partidarias. Pero la realidad es que lo que más preocupa son las dificultades que supone llegar a fin de mes y pagar la cesta de la compra; en muchos casos encontrar una vivienda o un colegio para sus hijos y no tener que pasarse meses esperando para una cita médica.
El debate cara a cara entre los dos líderes que compiten por la Presidencia apenas ofreció soluciones para todos estos problemas que los españoles tendremos que afrontar durante los cuatro años venideros. Sánchez y Feijóo, que dicho sea de paso se consagró como un líder sólido, pasaron el tiempo discutiendo en un diálogo borrascoso las cuestiones que a ellos afectan. Sánchez, nervioso e interrumpiendo continuamente a su adversario tuvo bastante con defenderse de sus errores y críticas en la legislatura que termina. Mientras Feijóo tuvo que concentrar buena parte de su tiempo intentando soslayar, sin comprometerse en ningún sentido, sobre la acusación de que gobernará con Vox marcándole con sus pretensiones retrógradas y atentatorias contra la libertad y la democracia.
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