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Estos días pasados se celebró en la ciudad ecuatoriana de Cuenca la tradicional conferencia cumbre iberoamericana que cada dos años reunía a los jefes de Estado y primeros ministros del Continente, España y Portugal. Fue una iniciativa de Felipe González, surgida hace 22 años con ... motivo de la conmemoración del aniversario del Descubrimiento y durante mucho tiempo fue un acontecimiento de relieve que contribuía al acercamiento entre los países hermanos, a estrechar sus relaciones y la ejecución de proyectos e iniciativas conjuntas de interés económico, cultural y diplomático.
Una de sus cualidades, que vista ahora despierta nostalgias fue la superación de las diferencias ideológicas de los participantes y sus sistemas políticos. La iniciativa, siempre fue impulsada desde la neutralidad y prestigio de España. La primera, que fue un éxito prometedor, se celebró en Méjico y la siguiente en Madrid en la que participaron veinte presidentes, entre ellos el más novedoso Fidel Castro, que despertó el especial interés incluso los que no mantenía elaciones con Cuba.
El proyecto, siempre tutelado por España que participaba con el Rey Juan Carlos -que despertaba simpatías en todos los países- se consolidó con la creación de una Secretaria Iberoamericana, con sede en Madrid, donde ejercía una actividad diplomática relevante. Transcurridos algunos años las cumbres pasaron a convertirse en bianuales y a pesar del esfuerzo de los gobiernos anfitriones por mantener su alto nivel, la pandemia propició el comienzo de una caída que Pedro Sánchez, ya en la Moncloa, no demostró interés en revitalizarlas y devolverles el protagonismo que tenían.
Entre tanto, las relaciones entre los países también se fueron complicando en por la división generada por el chavismo entre regímenes de izquierdas, tutelados por el comunismo cubano, y otros como Brasil bajo la dictadura de Bolsonaro. La propia España también se vio empañada en diferencias políticas con problemas que han venido evolucionando como el enfriamiento con Méjico, el enfado infantiloide con el nuevo presidente de Argentina, Javier Milei, o la implicación absurda con Nicolás Maduro.
Este año el lugar elegido para su celebración fue Ecuador, el único país que conservó una administración conservadora, que contrastaba, y con el izquierdismo decadente chavista, pero activo en sus vecinos, como Colombia o Chile, gobiernos que no mantienen su solidaridad con los problemas como el de Ecuador, donde el presidente Noboa, tiene que enfrentar la criminalidad de las bandas de delincuentes que generan inestabilidad con el narcotráfico por el medio.
A pesar de sus problemas el Gobierno preparó la Cumbre, con sede en la tercera ciudad del país, que en buena medida gracias a la presencia de Felipe VI, despertó interés y tuvo eco internacional. Apenas cinco jefes de Estado, incluyendo al Rey de España, asistieron con ausencias tan significativas y lamentables como la del presidente Sánchez, primer jefe del Gobierno español que brilló por su ausencia, ni siquiera para recibir el relevo: la próxima será en España. Tampoco volvió a Valencia, prefirió darse una vuelta por Azerbaiyán, allí nadie le abuchea.
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