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La empatía de las personas públicas se ha puesto de moda en las conversaciones de tertulia y apuestas electorales. Empatía no es lo mismo que simpatía; la simpatía se adquiere contando chistes, pero la empatía es otra cosa: las enciclopedias la describen como «la capacidad ... que tienen algunas personas de percibir las emociones y los sentimientos de los otros». Es una palabra de origen griego, seguramente la usaban Sócrates y Platón hablando de la polis, lo cual siempre es una garantía de su condición perdurable y de reaparición cuando surge algún ejemplo que la requiere con la mayor precisión-
Es útil en muchas circunstancias y sobre todo referida a algunas personas particularmente de la actividad política. Algunos expertos aprovechando que estamos en tiempos prelectorales nos recuerdan que paradójicamente en España hemos estados gobernados por algunos políticos poco empáticos y algunos nada. Se salva Adolfo Suárez, el caso que se sale de la tradición. Felipe González, probablemente el mejor presidente de la democracia, es buen conversador, pero no especialmente empático, y José María Aznar, que tampoco fue mal presidente, mucho menos.
Bien es verdad que la empatía no es una cualidad necesaria para gobernar bien, pero si es fundamental para conseguir los votos necesarios para acceder al poder. Pedro Sánchez, el actual jefe del Gobierno, concierta bastante unanimidad, mayormente femenina, en que es guapo, esbelto, y habla bien inglés, y sin embargo, empatía personal, cero. Lo refleja con su prepotencia verbal y su imagen displicente y autoritaria que luego se desmiente con frecuentes contradicciones como aquella promesa -- que nadie olvida todavía -- de no pactar jamás con Podemos porque no podría dormir y, unas horas más tarde nombraba vicepresidente a Pablo Iglesias, y cuatro ministros que seguramente no cejan en provocarle insomnio y pesadillas.
La empatía según los psicólogos se tiene o se arrastra como un lastre a la hora de triunfar en muchas actividades públicas. Cuando se necesita ni se compra ni se vende, quizás puede improvisarse unos momentos si se toma como empeño, pero fugazmente. Sánchez parece que lo está intentando, según las lenguas indiscretas de La Moncloa. No es persona propicia a escuchar, pero sus alegados le han convencido de que tiene practicar aunque le cueste y a veces acabe haciendo un poco el ridículo poniéndose como se brindó a jugar a la petanca con unos vecinos de Fuenlabrada.
Habrá más ejemplos en las próximas semanas, ya veremos. Las encuestas apremian y hasta Tezanos advierte desde su cocina de prospectiva que tiene que mejorar la empatía para evitar un descalabro. Lo que no está claro es si ya no será tarde o será suficiente. La empatía con ser mucho no lo es todos. En una entrevista con Felipe González osé preguntarle porqué cuando recorría los montes de la Península a la búsqueda de bonsáis para su colección no aprovechaba para detenerse en los pueblos y entraba en un bar a tomar un café y de paso de paso hablar con los parroquianos que estaban jugando al mus. Recuerdo que me contestó: «Eso lo hacen muy bien Pepe Bono y Jordi Puyol. Yo no sé hacerlo, siento pudor y más en campaña electoral».
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