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Dicen,/decimos,/pensamos/que cuando esto acabe/ya nada será igual./Creo que me estoy volviendo incrédula./Piénsalo en la soledad./Volveremos a las andadas/en cuanto salga el sol detrás de la epidemia,/en cuanto el olvido nos borre los recuerdos./Volveremos a creer,/ ... que somos fuertes solos,/que no existen barreras a nuestra inteligencia./Creemos que seremos lo que hoy queremos./Lo que por miedo, soñamos./Seremos, ya verás, lo que hoy negamos.
El confinamiento empuja a pensar, aunque hay quien ni en la desgracia aplaza las insidias. Los ciudadanos han interiorizado que una vez superada esta epidemia nada será igual para nosotros. Es un sentimiento que recorre a los europeos. Esta epidemia es la guerra mundial de nuestras generaciones. Nada será parecido. Los daños no se van a notar en la apariencia externa de nuestras ciudades y pueblos sino en las vidas de las personas.
Habrá quien pierda a sus seres queridos, habrá quien pierda su pequeño negocio, habrá quien pierda sus empleos, habrá quien pierda ambas cosas, ya se sabe que la desgracia nunca viaja sola, pero estamos obligados a no perder la esperanza. Se lo debemos a todos los que están dando la cara en primera línea de fuego, los que están luchando contra el virus con desconcierto y con pocos medios, se lo debemos a los más pequeños. Se lo debemos a nuestros mayores atacados con virulencia por el dichoso virus que se está llevando parte de nuestra sabiduría colectiva. También se lo debemos a quienes convertidos en 'mareas blancas' nos advirtieron que dejar el sistema sanitario público en el esqueleto era una temeridad. Muchos no lo creyeron. Se lo debemos a los científicos que investigaban en laboratorios con sueldos ridículos y sin estabilidad y fueron enviados al paro tras dejar sus proyectos sin recursos. Se lo debemos a otros muchos, los peor pagados, que ahora son esenciales y nunca nos habíamos dado cuenta de que lo eran. Estábamos a otra cosa, estábamos aplaudiendo a gente que nunca hicieron nada en la vida, enganchados al famoseo, planeando vacaciones, olvidando a nuestros mayores. Vivíamos inconscientes de nuestra propia fragilidad. Hoy vemos que nuestros planes y nuestras vidas dependen de lo que ayer no considerábamos importante.
Cuando gracias al civismo y la solidaridad ganemos esta batalla vendrá, como todos dicen, la reconstrucción. Para levantar la cabeza como sociedad no solo van a ser necesarios medios económicos que ahora todo el mundo exige al Estado, incluso los que nunca creyeron en él. Va a ser necesaria unidad, inteligencia y solidaridad, será preciso aparcar diferencias, animadversiones y miserias. Habrá que sumar el granito de arena que aporte cada uno desde la generosidad. Vendrá un tiempo en el que lo más necesario será huir de la mezquindad. Unidos, venceremos.
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