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Esta pregunta la hizo Jesús hace nada menos que dos mil años, y la planteó a sus seguidores más cercanos. Las respuestas fueron para todos los gustos, como en todas las encuestas. Eso mismo sucede con las preguntas acerca de Dios.
Hay mucha gente que ... se queda en la simple apreciación, o bien de que Dios no existe o si existe está tan lejos de nosotros como las galaxias más lejanas o más. Quieren ver a Dios como algo irrelevante. Pero siempre les preocupa. «Dios no existe», dicen, pero ¿y si existe? Nadie puede demostrar a la pata la llana que Dios existe, como tampoco nadie puede demostrar que no existe. Es la eterna canción o la eterna duda.
Hoy hay mucha gente que como aquellos primeros discípulos habla de Dios, pero no le habla a Dios. No entran en relación con Él, no dan el paso decisivo, por lo que nunca saldrán de su duda eterna. Aquellos primeros –Pedro, Santiago, Juan y toda la cuadrilla– no se limitaron a opinar, a darse por enterados, dieron un paso al frente y de espectadores se convirtieron en protagonistas. Esto es lo que el mundo de hoy necesita, testigos que con sus obras hablen de Dios.
Siempre se ha dado el riesgo –que nadie dude de que se trata de un gran riesgo– de quedarse en demostrar la existencia de Dios solo mediante pareceres y opiniones, teniendo grandes ideas y diciendo palabras bonitas, pero nunca poniendo en juego sus propias vidas. Es triste ver que muchos hablan, comentan, debaten, pero no se comprometen en nada. Los primeros que siguieron a Jesús no se perdían en palabras, sino que dieron fruto. No se quejaban de los demás ni del mundo en general, sino que empezaron por mejorar ellos mismos. Creer en Dios, en su existencia, siempre compromete.
Me decía un amigo periodista, ya mayor y un tanto derrotado por la vida, que «no le cabía en la cabeza que hubiera gente que no creyera en Dios, pero que a él le iba muy bien ignorar su existencia porque así hacía lo que le daba la gana sin cortapisas ni restricciones». Yo, modestamente y con la mayor naturalidad que pude, le dije más o menos lo siguiente: «Dios no necesita ser demostrado, sí necesita ser mostrado, que no es lo mismo. Dios no necesita proclamas, sí gente que dé testimonio de su existencia con el buen ejemplo, el buen ejemplo en la familia, en el trabajo y siempre».
De sus primeros seguidores, uno le negó –Pedro–, otro persiguió a los cristianos antes de su conversión –Pablo–, pero lo cierto es que con sus caídas y su arrepentimiento dieron un ejemplo precioso de que también se puede testimoniar a Dios con las propias caídas, con los propios fallos. Y así fue. La historia de Pedro ha sido contada por los evangelios con todas sus miserias. También Pablo en sus cartas habla de sus errores y de sus debilidades. Y esa es su grandeza. Existe el mal, en todos y en todos los tiempos. Pero ahí precisamente radica la grandeza del testimonio del que cae y se levanta. Dios quiere servirse de nosotros cuando –con errores– somos trasparentes con Él y con los demás.
Otra cosa. Termino con la petición que ha hecho el Papa Francisco a todos los católicos del mundo: «Recen por la situación de Afganistán y de los afganos. Nos necesitan. Y también ayunen con esa misma intención. El ayuno será un buen recordatorio de lo mal que lo están pasando millones de hombres, mujeres, niños y ancianos en ese país. Ayuno que se mostrará también por la ayuda económica personal que cada uno de nosotros les hará llegar a través de Cáritas diocesana o parroquial.
Y una última cosa añado yo. Hay que exigir a todas las instituciones, especialmente al Gobierno de España y a la Unión Europea, que se respeten la vida y los derechos de todos los afganos, estén de acuerdo o no con el régimen talibán, especialmente las mujeres, los niños y los cristianos. Aquel espectáculo horroroso de las cabezas cortadas y expuestas en una alambrada no puede repetirse de ninguna manera.
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