El Gobierno de Pedro Sánchez volvió a hacerlo: logró que el Congreso aprobara medidas fiscales que dividían frontalmente a sus socios –todos ellos, imprescindibles– tras una frenética negociación que salvó sobre la bocina con una cuadratura del círculo. El acuerdo con Podemos por el que ... se compromete a impulsar este año por ley un impuesto a las energéticas, el mismo que ha desactivado de hecho en la norma votada ayer para contentar a Junts y al PNV, le aporta un balón de oxígeno cuando más lo necesitaba, ingresos de 5.000 millones anuales con gravámenes a la banca, el gasóleo, los pisos turísticos o los vapeadores, y además allana un desembolso de 7.000 millones en fondos europeos.
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Pese a todo, no existe garantía alguna de que esa norma salga adelante. La votación demostró el nulo interés de los aliados en tumbar a un Ejecutivo en el alambre cuya fragilidad parlamentaria le tiene en sus manos, pero también su creciente malestar por las improvisaciones de última hora de la Moncloa que resumió Gabriel Rufián, de ERC: «Algún día lo van a pagar». Superado otro reto que parecía inalcanzable, el próximo es aún más complicado: unos Presupuestos sin los que la legislatura perdería sentido.
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