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La aprobación preliminar del anteproyecto para reducir la jornada laboral hasta las 37,5 horas semanales en el Consejo de Ministros del martes, aparcando momentáneamente las diferencias entre la vicepresidenta segunda y titular de Trabajo, Yolanda Díaz, y el ministro de Economía, Carlos Cuerpo, no ... parece nada definitivo. Aunque la ministra Díaz presentase tal sintonía como resultado de que el Gobierno funcionaría a base de «mucho amor, síntesis y política». Al día siguiente la vicepresidenta primera y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, enmendó el acuerdo alcanzado por Yolanda Díaz con CC OO y UGT sobre el salario mínimo interprofesional advirtiendo de que su percepción estaría sujeta a IRPF. Entablándose una diatriba subida de tono entre la número dos del PSOE y la uno de Sumar. Con la primera calificando de populista la pretensión de que el SMI quede exento de tal obligación tributaria, y la segunda argumentando que «los que tienen que ajustarse el cinturón son los de arriba, no los de abajo». La discusión es, sin duda, pertinente. Siempre que se desarrolle en otros términos. El propósito expuesto por Montero atiende a la necesidad de que todos los asalariados tomen conciencia de sus obligaciones con Hacienda. Pero también al afán de un Gobierno recaudador que tiende a presentarse providencial al ordenar transferencias y gastos.
El populismo está presente en ambas posturas, directa o indirectamente. Pero la igualación en cuanto a los deberes fiscales nos hace ciudadanos conscientes de serlo; solidarios y en condiciones de demandar solidaridad. A partir de ahí la equidad puede discurrir por otras vías, empezando por la Declaración de Renta final. Pero el nuevo encontronazo entre las dos almas del gobierno de progreso guarda relación con necesidades de partido incompatibles. Porque el PSOE busca hacerse con el espacio a su izquierda y Sumar no encuentra a qué aferrarse para mantenerse a salvo. A lo que se añade que Montero es, a la vez, candidata socialista a la presidencia de la Junta de Andalucía. Mientras Díaz parece debatirse entre ella misma y un confuso liderazgo sobre su formación. Los incesantes órdagos de Junts y los requerimientos al Gobierno que pueden derivar del paso de Aitor Esteban a la presidencia de un PNV desconcertado por motivos internos, unido a la conversión de EH Bildu de coalición a partido, harán de lo que quede de legislatura un sube y baja continuo.
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