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La escalada arancelaria entre Estados Unidos y China parece atenuarse, una vez que Washington y Pekín han comprendido que no pueden dejarse llevar por una ... espiral desbocada que perjudique sus respectivos intereses. A la decisión de Donald Trump de posponer en tres meses el grueso del castigo arancelario, tras comprobar que a la caída de las bolsas le seguía la de los bonos del Tesoro, se le han sumado mensajes desmentidos por el régimen de Xi Jinping sobre el desarrollo de negociaciones entre ambos países, e incluso la mención del presidente estadounidense a una llamada del líder chino a la Casa Blanca. Las dos principales potencias saben que no pueden darse la espalda por desdén; y mucho menos con la intención de acabar con su principal competidor. Ni siquiera el resquemor de Trump porque el pasado ejercicio su país importara de China bienes por valor de 420.000 millones de dólares, mientras que exportó 144.000 millones, podría aliviarse a base de medidas que encarezcan el acceso a productos que precisa y que resulta iluso pensar que pudiera fabricar en tales volúmenes en Estados Unidos. Del mismo modo que Pekín parece decidido a introducir de inmediato salvedades en medicamentos, industria química y aviación de los que necesita proveerse. Aunque, tras el precedente del anterior mandato de Donald Trump, Xi Jiping haya optado por mantener un tono alto en la discusión pública con la Administración estadounidense, mientras Pekín prosigue diversificando su mercado internacional partiendo del Sudeste asiático, y procurando incentivar el consumo de la población china en un mercado interior potencialmente inmenso pero retraído por ahora.
La propia narrativa china ha variado al defender abiertamente el principio de legalidad en la regulación del libre mercado y en defensa del multilateralismo, frente a la «intimidación unilateral» trumpista. En estos momentos, Washington y Pekín pueden sentirse tentados a ponerse mutuamente a prueba, hasta comprobar cuál de los dos países encuentra más dificultades para perpetuar la escalada arancelaria, aunque sea con menos tensión e incertidumbre diaria. Pero sería un juego que ni las empresas tecnológicas, ni la industria y el transporte, o las explotaciones agrarias concernidas podrían soportar. Sectores que hasta en la autocracia comunista están tratando de influir sobre las decisiones de gobierno.
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