Diálogo y no atajos
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IGLESIA ·
El del papa Francisco es un apostolado cara a cara y en las distancias cortas. Y habla claro para que se le entiendaEsta es la receta que sugirió el papa Francisco ante las inmensas tragedias que nos está tocando vivir. Y lo hizo en la ceremonia de Año Nuevo, en la bendición 'Urbi et Orbi', que ya es tradicional en ese día y en la Pascua de ... Resurrección. Pidió también que las vacunas lleguen a los países pobres, que cese la violencia en países como Irak y el Yemen, que se acabe de una vez la tragedia de los inmigrantes y refugiados, así como la persecución de los cristianos, persecución que es tan grave o más que la sufrida en los tiempos de Diocleciano, que ya es decir.
El papa cumplió años el pasado 17 de diciembre y por ello quiero dedicarle mi espacio de hoy.
Le vi muy animoso. No sé yo cómo andará de salud: la cojera se le nota mucho y eso que él la sobrelleva con garbo. Francisco no es un chaval como los que salen en los anuncios televisivos. Con veinte años y sin michelines, cualquiera da el pego. Pero con ochenta y cinco –el papa los cumplió el pasado día 17 de diciembre– y con un solo pulmón la cosa cambia.
Yo admiro muchas cosas en Francisco. El buen ánimo que tiene para trabajar, y eso con la que está cayendo: la crisis de los abusos sexuales y el alboroto de las finanzas del Vaticano, todo el desastre generado por la pandemia del COVID-19, la persecución contra la gente normal y corriente que piensa distinto y actúa distinto. El papa ha plantado cara a todo esto siendo muy consciente de sus limitaciones.
También me encanta el hecho de que Francisco haya sido el sucesor –y él es muy consciente de ello– de un papa listo, sabio y sensato que se llamó Benedicto, que al día de hoy vive en la más absoluta de las discreciones y que algún día será declarado doctor de la Iglesia como aquellos grandes de antaño. También estoy convencido de que Francisco ya en el momento mismo de su elección pensó de inmediato en la figura de su otro antecesor, al que la prensa internacional designó varios años como 'el Grande', y que se llamó Juan Pablo II.
No se arredró ante ambas figuras. Francisco ha sido muy consciente de que Dios escribe siempre derecho aunque sea con renglones torcidos y que todo el secreto del asunto es intentar hacer lo que Dios quiere, siempre y sin titubear. Él no se siente como un poderoso de la tierra. Él se ve a sí mismo, igual que a su Maestro, que vino a la tierra a servir, no a ser servido. Y por eso mismo escogió el nombre de Francisco, como el 'poverello' de Asís, y como él actúa. Lean, si no lo han hecho, las dos encíclicas Laudato si (mayo de 2015) y Fratelli tutti (octubre de 2020). Se leen bien, son muy claritas y van al grano del gran problema que es la convivencia, el diálogo (la falta de diálogo) y la preocupación de todos por todos.
Y ¿qué me dicen de su forma tan personal de hacer apostolado? Es un apostolado cara a cara y en las distancias cortas. Y habla claro para que se le entienda. Y siempre habla de aquello que él considera de interés para la gente sencilla. Como en aquella ocasión en la que estaba hablando con los cardenales de su staff más inmediato y les decía: «Ustedes cuando hablen de la familia no hablen en teoría, en abstracto, como por encima; fíjense en sus propias familias de sangre –en sus sobrinos, en sus sobrinos nietos– y luego hablen». Y el Papa habla y también escucha, le gusta escuchar.
¿Y qué decir de su naturalidad? Vive esa cualidad cuando nos pide que recemos por él, que lo necesita, y la vive también cuando se deja entrevistar por Évole en la Sexta, o Herrera en la Cope, o la naturalidad con la que recibió hace poco a la vicepresidenta segunda de nuestro Gobierno.
Francisco está mostrando al mundo una visión sencilla y contundente de la Iglesia católica. Su brújula de navegación es el Evangelio puro y duro, sin tergiversaciones ni atajos, con la mirada puesta en ese Cristo del que se siente no sólo Vicario sino amigo, un amigo fiel, que va detrás de la oveja descarriada, detrás de la oveja despistada, y por eso él quiere oler a oveja y pide a los suyos que huelan también a oveja.
Y para terminar, el papa saca la fuerza para actuar como actúa de dos vivencias a cuál más importante. De la oración ante el Sagrario, oración confiada y suplicante. Y del descanso reparador de una buena siesta. Francisco, en resumen, es un señor de 85 años que ama con locura a Jesucristo y a sus semejantes. Que ama al mundo y lo quiere cada día mejor. Y que en todo lo que hace pone cercanía, ternura y muy buen humor. Como debe ser.
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